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Actualizado: 17 de junio de 2025


Pasado un rato, Inés y Cristeta salieron juntas dirigiéndose a una casa de la calle de San Lucas, que tenía un portalón, sobre el cual se leía este letrero: COCHES DE LUJO ABONOS POR MESES <b>Se admiten caballos a pupilo</b> Aquí es dijo Inesilla al llegar, cediendo el paso a la señorita. «La Virgen me ayude», pensó Cristeta, que iba muy preocupada.

El capitán Ferragut se había quedado allá por un negocio importante, pero no tardaría en volver. Su segundo le esperaba de un momento á otro. Tal vez hiciese el viaje por tierra, para llegar antes. Esteban se asombró al ver que su madre no aceptaba esta ausencia como un suceso insignificante. La buena señora se mostró preocupada y con los ojos lacrimosos.

Delante de pensaba, jamás se habría revelado y yo habría ignorado siempre su secreto... Y después de todo ¿no habría sido mejor? ¿Qué hacer ahora? ¡No lo ! Preocupada con este doloroso problema se dirigía a su cuarto, cuando su madre la llamó: Hija mía, tranquilicémonos, Juan ha llegado, tu padre está muy contento. Creo que no nos decía cuanto deseaba su presencia.

Amaranta, después de desahogar las antiguas cóleras de su pecho, estaba meditabunda y aun diré que arrepentida de todo lo que había dicho, doña Flora preocupada, y Congosto, con los ojos fijos en el suelo, revolvía sin duda en su cabeza altos y caballerescos pensamientos. Sacó a todos de su perplejidad una visita que nadie esperaba, y que causara general asombro.

Currita, prescindiendo también de su emoción artística, inclinóse vivamente al oído de Leopoldina, para preguntarle rabiosa y preocupada: Pero, mujer... ¿A quién mirará tanto Jacobo en ese palco de arriba?... Leopoldina volvió lentamente la cabeza, con ese arte inimitable que tienen las mujeres para ver sin mirar, y echó una rápida mirada al palco del Veloz.

La curiosidad de Matildita estaba fuertemente excitada al verme salir temprano de casa y no volver hasta la noche, pues la mayor parte de los días almorzaba de prisa y corriendo en un café. En la tertulia de Anguita ya empezaban a correr bromas sobre mis desapariciones misteriosas. Excusado es decir que la que más preocupada andaba con ellas era Joaquinita.

Una mañana, hallábame aún en mi lecho, semidormida, morrongueando con beatitud, abriendo de cuando en cuando un ojo, para contemplar mi cuarto alegre y confortable, mis hombrecillos de terracota y los árboles que veía por la ventana abierta, cuando entró Blanca, de bata, cabellos sueltos y cara preocupada.

Durante estas confidencias íntimas, preocupada enteramente por sus recuerdos, me abandonaba la mano.

Siempre has sido notable en estas cosas. Pero la señora estaba preocupada por la tardanza de su hijo menor y no podía contestar. ¡Este Rafaelito...! La una y cuarto y no viene. ¡Habrá que empezar sin él...! Visanteta, la sopa. Todos se sentaron.

Palabra del Dia

albuminuria

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