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Los árboles y las plantas, poco acostumbrados á él, empezaban á sentirse sofocados y demandaban á las nubes, que pasaban volando sobre ellos, algunas gotas de agua; pero las nubes se hacían las sordas y seguían inflexibles su camino por el espacio. Los frutos comenzaban á amarillear; los riachuelos se secaban dejando al descubierto su lecho de guijarros que los rayos del sol tornaba blancos.

La melodía comenzaba soñolienta, perezosa, yámbica; después, de pronto, tenía un impulso de pasión, un nervioso salto; luego tornaba a desmayarse, a caer en la languidez criolla de su ritmo desigual.

Pasaba del resplandor de la chimenea a los rincones de sombra, preocupada con estas rebuscas, mostrando, en su impúdica distracción, al agacharse y erguirse, las más recónditas intimidades. Cada vez que tornaba al círculo de luz, una nueva prenda cubría su cuerpo. Fernando la seguía con su vista desde el fondo del lecho, iluminada inferiormente de rojo y con el busto perdido en la penumbra.

El viento pasaba con la hora en brazos por encima de la Plaza Mayor y se iba hasta Palacio, y aún más allá, cual si fuera mostrando la hora por toda la Villa y diciendo a sus habitantes: «Aquí tenéis las doce, tan guapas». Y luego tornaba para acá, ¡plam!... ¡ay!, era la última. El viento entonces se largaba refunfuñando.

Acaecíales muchas veces pasar de esta manera una o dos horas antes de acostarse, pues la señorita estaba acostumbrada de antiguo a leer en las altas horas de la noche. No parecía tan absorta en la lectura como otras veces. Posaba el libro con frecuencia sobre la mesa y se quedaba largo rato pensativa con la mano en la mejilla. Tornaba a cogerlo vacilando, para dejarlo otra vez muy presto.

Al principio, cuando tornaba de la casa de Rosa, sentía algún miedo y caminaba con más presteza; mas ahora con la salud le había entrado también confianza en mismo; creíase bastante fuerte para tumbar a cualquiera de un garrotazo, y de vez en cuando, para cerciorarse de ello, hacía furiosos molinetes con su bastón de acebo.

Pero ya en el movimiento de los pies y en la dilatación de las narices de Vezzera, conocí su tensión de nervios. Dile que te diga se dirigió a María por qué realmente no quería venir. Era tan perverso y cobarde el ataque, que lo miré con verdadera rabia. Vezzera afectó no darse cuenta, y sostuvo la tirante expectativa con el convulsivo golpeteo del pie, mientras María tornaba a contraer las cejas.

Revivía, en la tierra ya enfriada, el invernal olor de pasto quemado; y cuando el camino costeaba el monte, el ambiente, que se sentía de golpe más frío y húmedo, se tornaba excesivamente pesado de perfume de azahar. Los caballos entraron por el portón de su chacra, pues el muchacho, que hacía sonar el cajoncito de maíz, oyó su ansioso trémulo.

Mirábame éste y miraba al santo, y tornaba á mirarme después con cierta expresión de complacencia, mientras yo contenía á duras penas la risa que me excitaba el fatalísimo gusto de mis primas, que habían hecho, con fervorosa y cándida intención, un ídolo chino de una de las imágenes más poéticas y sencillas de nuestro culto.

En las noches siguientes se aventuró á mirarle de aquel modo dulce, rápido y lleno de timidez, de que ya hemos hablado. Octavio llamaba á estas miradas de vuelta de llave, porque, en efecto, parecía que abría un instante las puertas de su alma, y veloz como un relámpago tornaba á echar el cerrojo. Para abreviar, Octavio y Carmen se entendieron perfectamente al poco tiempo.