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Vestido enorgullecía a las modistas; desnudo o a medio vestir, cuando andaba por aquella casa tendiendo ropa en el balcón, limpiando los muebles o cargando los colchones cual si fueran cojines, para sacarlos al aire, parecía una figura de otros tiempos; al menos, así lo pensaba Rubín, que sólo había visto belleza semejante en pinturas de amazonas o cosa tal.

Mientras más, mejor... En fin, no quiero marearla a usted más, y la dejo sola para que piense en lo que le he dicho. Siga limpiando, trabaje, bofetadas a los muebles, fregotee hasta que le escuezan los dedos; mecánica, mucha mecánica, y mientras tanto, piense bien en esto, y mañana o pasado mañana... no hay prisa... vengo por la rimpuesta, como dice el payo... iii

Sin embargo, a instancias de los dos, el campesino contó esta anécdota en vascuence: «Un día Fernando fué a casa del señor cura de Amezqueta, que era amigo suyo y le convidaba a comer con frecuencia. Al entrar en la casa, husmeó desde la cocina y vió que el ama estaba limpiando dos truchas: una, hermosa, de cuatro libras lo menos, y la otra, pequeñita, que apenas tenía carne.

Pensaba realizar al día siguiente esta gestión; para eso había alquilado un automóvil, gasto enorme dada la carencia de vehículos y de combustible, pero exigido por la importancia de sus funciones... Y ahora estaba en Villa-Sirena, á las dos de la madrugada, limpiando sus pistolas con lentitud, como si fuesen joyas frágiles.

Un día, cuando ya puede decirse que estaba moribunda, la sorprendió Raimundo de rodillas limpiando con un paño el pie de una mesa. Quedó estupefacto, y después de reñirla cariñosamente la levantó cubriéndola de besos. Una amiga devota que vino a visitarla la insinuó que debía confesarse. Isabel se impresionó tristemente.

Si usted bromea, señor lord, yo soy hombre serio repuso D. Pedro . Yo tomo a mi cargo la defensa de esa ultrajada señora que acaba de salir; yo desharé su agravio y me tomo a pechos el castigar esta gran injuria que ha recibido limpiando con la sangre del traidor la infame mancha. Esto digo sin nada de quijotería. Ya se ve... en esta casa no me entienden.

Por la mañana había ido con Rafael a un castañar en busca de hoja para lecho del ganado; después había estado en el molino limpiando centeno; así que comió tuvo que ir a la Formiga, lugar bastante alto de la misma parroquia, por un celemín de maíz para molerlo. ¡Qué lástima que yo no lo hubiese sabido! ¿Para qué? Para acompañarte.

Y así lo hizo, ahechándole la cebada y limpiando el pesebre, humildad que obligó al hombre a contarle con buena voluntad lo que le pedía; y, sentándose en un poyo y don Quijote junto a él, teniendo por senado y auditorio al primo, al paje, a Sancho Panza y al ventero, comenzó a decir desta manera: «Sabrán vuesas mercedes que en un lugar que está cuatro leguas y media desta venta sucedió que a un regidor dél, por industria y engaño de una muchacha criada suya, y esto es largo de contar, le faltó un asno, y, aunque el tal regidor hizo las diligencias posibles por hallarle, no fue posible.

Un domingo de los últimos de Setiembre, la Fenelón llevó a la otra una noticia importante: «Mañana vienen. Hoy ha estado Candelaria limpiando toda la casa». Lo que Fortunata sintió era una combinación de pena y alegría que no la dejaba hablar.

Cada vez que veía á su marido limpiando los dos cañones del arma, cambiando los cartuchos ó haciendo jugar la palanca para convencerse de que se abría con suavidad, pasaba por su memoria la imagen del presidio y la terrible historia del tío Barret. Veía sangre, y maldecía la hora en que se les ocurrió establecerse sobre estas tierras malditas.