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Los cojos saltaban, los ciegos creían ver, los mancos se agarraban con sus muñones á la fila serpenteante. La Marsellesa parecía un himno milagroso, comunicando á todos una nueva fuerza. ¡La paz!... ¡la paz!

Caían algunos maravedís en nuestras heladas manos, y para el pan sacamos la primera noche; pero la segunda, los mendigos de oficio que allí acudan, y que la noche anterior de nosotras se habían apercibido, nos echaron, llenándonos de improperios, diciéndonos que les hacíamos perjuicio, y que como éramos pobres nuevos, si habíamos de seguir pidiendo, habíamos de ganarlo, y no había de ser esto menos que repelándonos contra toda aquella falanje de ciegos, cojos, mancos, tullidos y muchachuelas de mal vivir; y no nos lo decían esto de buena manera, sino rodeándonos y empujándonos, y poniéndonos los puños a dos dedos de la cara, y amenazándonos con garrotes y vihuelas, y gritando y chillando y aullando todos y todas a una, ni más ni menos que si hubiesen sido una legión de demonios voraces, contra nosotras conjurados.

Y al aparecer el marqués en un balcón, rodeado de sus amigotes, abríase la puerta de la cuadra y salía bufando con espumarajos de rabia un novillo, al que habían aguijoneado previamente los criados. Los que realmente eran cojos, corrían hacia los rincones, amontonándose, manoteando con la locura del miedo; y los fingidos soltaban las muletas, y con cómica agilidad se encaramaban por las rejas.

Cinco minutos.... ¿y cómo había de llegar cinco minutos antes, hombre de Dios? ¿No ve usted que soy cojo?... ¿no lo ve usted? No se incomode usted, caballero. ¡Malaventurados los cojos dijo el héroe para con tristeza , porque ellos llegaron siempre tarde! El señor a quien D. Benigno buscaba con tanto empeño no estaba lejos de su casa.

Muchos militares... Grandes partidas de dominó y de billar. Cuestiones de honor. Toros. Juergas. Broncas. Nubes de limpiabotas, de vendedoras de décimos de la Lotería, de gitanas que dicen la buenaventura, de músicos ambulantes, de ciegos, de cojos, de paralíticos... Indudablemente, España no ha cambiado. Y es posible que nosotros mismos no hayamos cambiado tampoco.

¿Qué escuadrón es éste tan lucido, con joyas de diamantes y cadenas y vestidos lloviendo oro y perlas prosiguió el Estudiante , que llevan tantos pajes en cuerpo que los alumbran con tantas hachas blancas, y van sobre filósofos antiguos que les sirven de caballos, de tan malos talles, que los más son corcovados, cojos, mancos, calvos, narigones, tuertos, zurdos y balbucientes?

Aquellos muebles, desfondados y cojos, me parecieron un poco epigramáticos en medio del vasto Museo de Artillería. Se me figuraba que por su cojera remedaban al gobierno español.

Y más que me cuentes entre ellos, y por tanto me reconvengas, pues si me preguntas por qué me entrometo yo también en embadurnar papel sin saber más que otros, te recordaré aquello de «donde quiera que fueres, haz lo que vieres». Así, si fuese a país de cojos, pierna de palo me pondría; y ya que en país de autorcillos y traductores he nacido y vivo, autorcillo y traductor quiero y debo, y no puedo menos de ser, pues ni es justo singularizarme y que me señalen con el dedo por las calles, ni depende además del libre albedrío de cada uno el no contagiarse de una epidemia general.

6 Entonces el rey y los suyos fueron a Jerusalén al jebuseo que habitaba en la tierra; el cual habló a David, diciendo: no entrarás acá, si no echares los ciegos y los cojos; pensando: No entrará acá David. 7 Pero David tomó la fortaleza de Sion, la cual es la ciudad de David.

Otra vez, el marqués hacía pregonar que el día de su santo daría una peseta a todo cojo que se presentase en su casa. Circulaba la noticia por todas partes y el patio del caserón llenábase de cojos de la ciudad y del campo; unos apoyados en muletas, otros arrastrándose sobre las manos como larvas humanas.