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No hizo caso míter Ezmite, por demás mohíno y amostazado con el bombardeo de comestibles; pero antes de que llegase al grupo cumpliose la profecía del ministro, interponiéndose más de treinta personas, que rodearon a los malaventurados apóstoles apretándolos en términos que no les dejaban respirar.

-Eso fuera -respondió Sancho- cuando faltaran por estos prados las yerbas que vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas los tan malaventurados andantes caballeros como vuestra merced es. -Con todo eso -respondió don Quijote-, tomara yo ahora más aína un cuartal de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna.

Cinco minutos.... ¿y cómo había de llegar cinco minutos antes, hombre de Dios? ¿No ve usted que soy cojo?... ¿no lo ve usted? No se incomode usted, caballero. ¡Malaventurados los cojos dijo el héroe para con tristeza , porque ellos llegaron siempre tarde! El señor a quien D. Benigno buscaba con tanto empeño no estaba lejos de su casa.

Sosegado el tumulto, imaginaron los alcaldes mayores que de penar á los muchos culpados en aquel acto inhumano, naceria irritarse otra vez los mal contentos i codiciosos aun de las haciendas de los malaventurados judíos i poner á la ciudad en un aprieto todavia mas cruel que el pasado.

El andar tan sobre el pueblo en daño de los malaventurados judíos nació de las predicaciones que hacia el arcediano de Ecija en Sevilla don Fernando Martinez, en las cuales hablaba de las usuras que para mal de los cristianos llevaban en sus préstamos i ventas al fiado; i por último se servia de tan vivos colores al pintar las maldades de los observantes del rito mosáico, que muchos de la plebe, siempre novelera, viendo en la destruccion de estos un acto de piedad i un servicio hecho al Dios crucificado, los mataban en las calles sin temor i vergüenza, i con entera libertad.

No falta quien diga que la conversion de este judío á la fe de Cristo, fué conseguida por las predicaciones de San Vicente Ferrer, que ya corria en tal sazon por las ciudades de España, destruyendo la lei de Moisés no con discursos que incitasen á los pueblos á motines i sediciones contra los malaventurados judíos, como solia hacer el famoso arcediano de Ecija en Sevilla, sino llevándolos al camino de la verdad por buenas palabras, por vivas i apretadas razones, i por pláticas cortadas á la medida del Evangelio.

Añadió a éstas otras tales y tan comedidas razones, para moverlos a que dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo: -Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo éste de detenerles a sacarlas ni a leellas; vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si quisieren, que querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.