United States or Svalbard and Jan Mayen ? Vote for the TOP Country of the Week !


Pero de repente sonó en las calles de Elizondo estrépito de caballería; llegaron muchos jinetes a la casa del párroco; se apearon y el jefe de ellos entró en la casa sin pedir permiso ni hacer caso del cura, que salió trinando y bufando a pedir cuenta de tan irreverentes ruidos. A pesar de esto, la calidad del personaje exigía que se pasase recado a Su Majestad.

El duque no dió señales de oir. Con los párpados caídos, bufando y paseando el cigarro de un ángulo a otro de la boca, se mantuvo silencioso y guardó de nuevo la cartera después de haberla apretado con una goma. Faltan quinientas pesetas, señor duque , repitió Fayolle. ¿Cómo? ¿Faltan quinientas pesetas? No puede ser.... A ver; cuente usted otra vez. El comerciante contó.

Pero ella, tan animosa y enérgica dentro de su casa, tenía que retirarse bufando de coraje o llorando apenas se asomaba a la puerta. Todas las mujeres de las Claverías querían vengarse de su antigua servidumbre, puestas ya en la pendiente del desacato. Miradla gritaba la zapatera a sus vecinas . Siempre tan compuesta la tía fea.

Quedaron los cristianos, como cuando Levanta un huracan muy espantoso Las olas en la mar, y bufando El viento con un impetu furioso: El piloto sagaz está temblando, Vencido del trabajo y temeroso: Mas viendo que el peligro está pasado, Veréisle presumir del esforzado.

Detrás del glorioso santo marchaban Rafael y los señores del ayuntamiento con gruesos blandones; el cura, bufando al sentir las primeras caricias de la lluvia, bajo el gran paraguas de seda roja con que le cubría el sacristán; y la muchedumbre de hortelanos confundidos con los músicos, que más atentos a mirar donde ponían los pies que a los instrumentos, entonaban una marcha desacorde y rara.

El doctor, que remontaba, bufando de angustia, esta rampa interminable, sintió de pronto que crujía bajo sus pies é iba á romperse definitivamente, haciéndole caer de una altura igual á doce ó quince veces la longitud de su cuerpo. El terror le hizo pedir socorro con chillidos de angustia.

Allí debía de estar. Era forzoso recogerla. Pero, ¡y el tren que iba a salir! Ya roncaban las chimeneas, bufando como erizados gatos, y dos o tres silbos agudos preludiaban la marcha. Miranda tuvo un segundo de indecisión. Lucía dijo en voz alta. Y contestole sólo el respirar igual y fuerte de la niña, indicando un sueño tenaz y hondo.

Atravesaban el primer corral sin darse cuenta de su encierro, como si corriesen aún en campo libre. Los cabestros, aleccionados por la experiencia y obedientes a los pastores, quedábanse a un lado apenas atravesaban la puerta, dejando pasar tranquilamente el torbellino de toros que corría detrás bufando sobre su cuarto trasero.

Un estruendoso cubo de cohetes de lucería salió bufando en todas direcciones; retumbó la música; hubo un minuto de gritos, vivas, estruendo y confusión, y nadie reparó en que un pobre viejo, un barquillero, salía del recinto mitad arrastrado y mitad en brazos de dos hombres. «Le dio un accidente», decían al verlo pasar, sin añadir otro comentario. Zagal y zagala

Las parejas de mulas, curiosamente enjaezadas, entran, dirigidas cada una por dos mozos de uniforme especial, al trote solamente. Un travesaño pendiente de las correas del tiro, con garfios de fierro, agarra el cadáver de un animal, casi hecho trizas; los látigos traquean, y las mulas parten á escape, como demonios frenéticos, saltando, tirando coces y bufando, estimuladas á golpes.