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¡Allá él, D. Isidoro, allá él! Saltó en el bote nuestro joven, y fue conducido prontamente a la orilla. Úrsula era una zagala fornida, pobremente trajeada y con unos colores tan vivos en el rostro, que sorprendieron a Miguel: más adelante averiguó que bebía mucho aguardiente. Amarró el bote y condujo a su pasajero por unas toscas escaleras de piedra hasta la calle.

Y con la mayor inocencia se acercó á él y le puso la mano encima para acariciarle. El neurasténico perro gruñó irritado. D. Félix volvió la cabeza y dijo: No tengas miedo, que no hace nada. Entonces la zagala, más por obedecer á D. Félix que por deseos de seguir acariciándole, volvió á pasarle la mano sobre la cabeza.

Andrés parecía escuchar atentamente, pegado a las faldas de la zagala. Lo que hacía en realidad era contemplar con deleite sus labios, que semejaban hechos de carne de cereza, sus mejillas, que tenían el lustre de la manzana, sus ojos negros, donde brillaba el sol de la primavera. Sentía, al cabo de un rato, el mismo adormecimiento suave y feliz que le embargaba, cuando niño, escuchando los cuentos que le refería la costurera de su casa. Ahora se mezclaba con una embriaguez voluptuosa, que suspendía su pensamiento, le columpiaba en los espacios y le disponía a las efusiones tiernas, a los goces inefables, a los sueños de color de rosa. El monótono rumor de la acequia y el traqueteo suave y constante del piso trabajaban también por arrobarle. Rosa concluía su cuento.

El tiempo que le dejaban libre sus ocupaciones, que era la mayor parte del día, pasábalo sentado á la puerta de la casa en la misma forma que ahora, recreándose en dar vaya á cuantas personas cruzaban por delante ó en piropearlas si el transeunte acertaba á ser alguna zagala fresca y sonrosada. Por eso se le temía y se le huía como á mosca de cuadra.

Tomólos la zagala sin decir una palabra. Ambos se alejaron con paso rápido. Ella lloraba.

SANCHO. Obligada llevo el alma Y la lengua, gran señor, Para tu eterna alabanza. FELIC. En fin, vos, ¿no os casaréis? PELAYO. Yo, señora, me casaba Con la novia deste mozo, Que es una lumpia zagala, Si la hay en toda Galicia; Supo que puercos guardaba, Y desechóme por puerco. FELIC. Id con Dios, que no se engaña. PELAYO. Todos guardamos, señora, Lo que... FELIC. ¿Qué?

Aquella aldeanita risueña, cariñosa, traviesa se le iba metiendo por el corazón adentro; le costaba cada vez más trabajo prescindir de ella. ¿Sería cierta la sospecha que la zagala había osado comunicar con su amiga orilla del río? ; era cierta. D. Félix, poco después de quedar viudo, había tenido por criada á una muchacha hija de unos arrendatarios de Lorío.

No tardó en presentarse una zagala, ni hermosa ni limpia, que le servía para aderezarle la comida, cuidar y ordeñar su única vaca, llevar el rocín á beber y darle pienso, etc., etc. Porque nuestro hidalgo no tenía otro servidor. La huerta y la pomarada él las cuidaba con sus propias helénicas manos.

Andrés se aventuró al fin a preguntar tímidamente: ¿Qué dices, Rosa? La zagala alzó los hombros, y con los labios hizo una mueca expresiva que significaba indiferencia y dolor al mismo tiempo. Andrés la comprendió, y apoderándose de una de sus manos, dijo cariñosamente. No te pongas triste... Verás cómo mañana lo arreglo yo todo. La joven siguió muda.

De allí tomó nuestra zagala algunos maderos, los juntó adecuadamente sobre el lar, puso entre ellos algunas ramas de árgoma y encendiendo un misto les dió fuego. Brotó la llama con fuerza: pronto se extinguió cuando el árgoma quedó consumida.