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El hijo de Pelayo le desprecia a usted, compadre. Aquella tarde, luego que nos sentamos, entabló conversación diciendo: Parece, amigo Sanjurjo, que le veo a usted un poco melancólico. Durante el almuerzo no ha hablado usted nada. ¿Estará usted por ventura enamorado? En la entonación de la pregunta y en la sonrisa con que la acompañó comprendí que algo sabía, y me puse colorado.

Grillparzer en los países de lengua germánica; en Inglaterra la redacción de The Atheneum, Chorley y Ormsby, iniciaron la tendencia de colocar a Lope en el excelso lugar que le corresponde en el teatro español, tendencia que recibió consagración oficial entre nosotros cuando en 1890 don Marcelino Menéndez y Pelayo acometió la tarea de publicar la edición académica de las obras de Lope de Vega.

Haced cuenta que don Tello Ha metido la malilla; Pues la espadilla traemos. SANCHO. Pelayo, ¿tenéis juicio? PELAYO. Olvidéme de los dedos. SANCHO. Lo que habéis de hacer, señor, Es prevenir aposento, Porque es hombre muy honrado. PELAYO. Y tan honrado, que puedo Decir... SANCHO. ¡Vive Dios, villano! PELAYO. Olvidéme de los dedos. Que no habraré más palabra.

REY. ¿Tenéis vos alguna queja? PELAYO. , señor, deste rocín. REY. Digo que os cause cuidado. PELAYO. Hambre tengo: si hay cocina Por acá... REY. ¿Nada os inclina De cuanto aquí veis colgado, Que a vuestra casa llevéis? PELAYO. No hay allá donde ponello: Enviádselo a don Tello, Que tien desto cuatro u seis. REY. ¡Qué gracioso labrador! ¿Qué sois allá en vuestra tierra?

Venid, que tengo muy sano El corazón, aunque enfermo El cuerpo, y que está brotando Sangre española, de aquellos Descendientes de Pelayo. Señor, no más: vuestra vista, Sin conoceros, da espanto. Loco he estado, ciego anduve. ¡Perdón, señor! Si obligaros Con llanto y con rendimiento Puedo, como á Dios, cruzados Tenéis mis brazos, mi acero A vuestros pies, y mis labios.

Celedonio que en alguna ocasión, aprovechando un descuido, había mirado por el anteojo del Provisor, sabía que era de poderosa atracción; desde los segundos corredores, mucho más altos que el campanario, había él visto perfectamente a la Regenta, una guapísima señora, pasearse, leyendo un libro, por su huerta que se llamaba el Parque de los Ozores; , señor, la había visto como si pudiera tocarla con la mano, y eso que su palacio estaba en la rinconada de la Plaza Nueva, bastante lejos de la torre, pues tenía en medio de la plazuela de la catedral, la calle de la Rúa y la de San Pelayo. ¿Qué más?

PELAYO. Señor, no me caso ahora; Mas, por si el diabro me engaña, Os vengo a pedir carneros, Para si después me faltan; Que un astrólogo me dijo Una vez en Masalanca Que tenía peligro en toros, Y en agua tanta desgracia, Que desde entonces no quiero Casarme ni beber agua, Por escusar el peligro. FELIC. Buen labrador. D. TELL. Humor gasta. FELIC. Id, Sancho, en buen hora.

D. TELL. Villanos, si os he quitado Esa mujer, soy quien soy, Y aquí reino en lo que mando, Como el Rey en su Castilla; Que no deben mis pasados A los suyos esta tierra; Que a los moros la ganaron. PELAYO. Ganáronsela a los moros, Y también a los cristianos, Y no debe nada al Rey. D. TELL. Yo soy quien soy... PELAYO. ¡San Macario! ¡qué es aquesto!

SANCHO. Advierte, Pelayo... PELAYO. Olvidéme de los dedos. NU

PELAYO. Lo que nos mandan Nuestros padres que guardemos. FELIC. El mentecato me agrada. CELIO. Ya que es ido el labrador, Que no es necio en lo que habla. Prometo a Vueseñoría Que es la moza más gallarda Que hay en toda Galicia Y que por su talle y cara, Discreción y honestidad Y otras infinitas gracias, Pudiera honrar el hidalgo Más noble de toda España. FELIC. ¿Que es tan hermosa?