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Pero al llegar á las escaleras, el paje dió un grito, avanzó, cayó rodando por las escaleras, y con él la fuente de plata. El bufón se retiró precipitadamente, fué á su aposento y se puso á rezar por el alma del paje. Pasó mucho tiempo sin que nadie subiese por las escaleras por donde el paje había caído. Al fin subió una moza de retrete. La escalera era obscura.

Los rizos perfumados de la joven tocaron las mejillas de don Juan y sus ojos se sintieron atraídos por la mirada dulce, apasionada, saturada de amor y de deseo del joven. Aquellos dos semblantes se unieron y resonó el estallido de un doble beso. Y entonces el bufón se separó del tapiz, se alejó y dijo bajando las escaleras: ¡Oh! ¡gracias á Dios! el veneno es inútil: el veneno no matará á nadie.

Este D. Feliciano era el marido que, según se decía en secreto, había roto una pierna al P. Narciso arrojándole por las escaleras. Los circunstantes se miraron con inquietud. Hubo un silencio embarazoso. Consejero soltó la carcajada, y exclamó, poniendo una carta sobre la mesa, como si se refiriese al juego: ¡Anda, vuelva usted por otra!

Subieron las escaleras y entraron en una cocina grande. Varios paisanos y soldados, congregados allí, charlaban. Se sentaron a cenar a una mesa larga, iluminada por un velón de varios mecheros que colgaba del techo.

Trépase á la címa de Fourvières por entre las horribles y sucias callejuelas del viejo Lyon, llegando al anfiteatro pintoresco del jardín de Fourvières por una serie de escaleras interminables que pasan de algunos centenares y hacen de la ascension una verdadera empresa.

Muy pronto corrió la voz de que se había encontrado muerto un paje de la reina en las escaleras de las cocinas. Y junto á ésta, corrió otra voz no menos escandalosa. El aposento del cocinero mayor estaba abierto y abandonado, rotas algunas puertas, roto un gran cofre y vacío. La mujer y la hija del cocinero mayor habían desaparecido.

Apenas había salido y cerrado el duque, cuando resonaron en la calle, como por ensalmo, delante del postigo, cuchilladas, y poco después, unas segundas cuchilladas más abajo, unieron su estridor al de las primeras. El duque de Lerma subió cuanto de prisa le fué posible las escaleras, llamó á algunos criados, y los envió á saber qué había sido aquello.

Y cuando la puerta estuvo franca, como nada había ya que guardar allí, se volvió dejando la puerta abierta y murmurando por las escaleras: ¡Ya lo creo! con una mujer como esa ya puede uno hacer lo que le la gana. ¡Dios de Dios! en mi vida he visto otra tan hermosa. Entre tanto doña Clara y don Juan estaban estrechamente abrazados, mudos, en el primer momento de alegría.

Mas de pronto, se le ocurrió que el escribirle tenía sus inconvenientes, y que en realidad era preferible una explicación verbal de la cual nadie que la conociera podía enterarse en aquellos momentos. Detúvose un momento indecisa, y bruscamente dió la vuelta y se metió de nuevo en el portal. Cruzó sin decir nada por delante de la portera y subió con pie ligero las escaleras.

Las líneas suaves de su rostro ovalado, la pureza de su perfil acusaban alma sencilla y bondadosa; pero en el mirar fijo de sus ojos profundos había señales evidentes de un carácter pertinaz. No eran duros aquellos ojos, pero les faltaba poco. Un caballero subió rápidamente las escaleras y entró en la tienda.