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Grano de Sal parecía absorto en un doloroso recuerdo mirando su reloj. Son cinco litros de vino y una botella de aguardiente dijo el posadero, con su gorra en la mano, e inquieto de la prolongada permanencia de los dos marinos. Lo que sobre para ti dijo Grano de Sal arrojándole una moneda de oro. Y dando el brazo al viejo Durand, se encaminó con él hacia la capilla de San Juan.

El celoso marido no sosiega, sin embargo, ni aun estando en la prisión su rival, puesto que sus amorosas canciones son repetidas por todos, y fuera de atraviesa el pecho del cantor arrojándole un dardo á través de las rejas de su prisión. En La Carbonera, según todas las apariencias, hay una juiciosa mezcla de la ficción con la historia.

En efecto, uno de estos animales de pintada piel había asomado primero la cabeza al ruido de la conversación por entre dos piedras, y no tardó en salir todo él, quedando inmóvil, según su costumbre. ¡Ah maldito! gritó el mayordomo arrojándole una piedra con todas sus fuerzas. ¡No escucharás más tiempo! La piedra cayó sobre el lomo del animal, partiéndolo en dos.

Encogido, doblado, hecho un ovillo, yacía al pie de una de las paredillas del camino, mientras Telva se erguía un poco más arriba, en actitud airada, los ojos centelleantes, las mejillas pálidas, arrojándole sin piedad todos los pedruscos que hallaba a mano. Y la lengua la movía con igual celeridad que las manos.

Así con las tenazas el libro, y le saqué de la chimenea donde olía mal, arrojándole a la jofaina. Prometí a Amparo hacer un auto de fe con todos mis malos libros, y mediante esta promesa se restableció nuestra buena armonía. En seguida nos pusimos a almorzar. Yo había cuidado de que el almuerzo fuese muy sencillo y compuesto de alimentos acomodados a las costumbres de Amparo.

Por un momento se olvidó de su sacerdocio y se vio en el terreno atravesando al huésped de la Oliva de una estocada, y arrojándole a los pies un bolsillo de malla, como los que usaba Mochi en las óperas.... Pero la letra contrahecha de la otra carta le llamó la atención: rompió el sobre y leyó de un golpe, ¡y qué golpe!, el contenido del anónimo, pues lo era.

Volcó entonces gran parte de su hacienda para armar, a su costa, una verdadera mesnada, como los infanzones antiguos. A las órdenes del Marqués de Mondéjar, señalose en las refriegas por una cólera irrefrenable, que más de una vez pudo costarle la vida, arrojándole completamente solo entre los enemigos, en la saña de las persecuciones. Predicaba la guerra sin cuartel y la castración general.

Y en cuanto a Timoclea, tan ensalzada por Plutarco, y a la que el macedón Alejandro concedió su admiración, todavía doña Inés tenía más que criticar, porque Timoclea, durante el saco de Tebas, no acertó a defenderse del capitán de los tracios, y sólo después le mató arrojándole a un pozo, porque aquel bárbaro le pidió dinero; de suerte que, si se lo hubiera dado, en vez de pedírselo, él hubiera quedado vivo y la anterior violencia impune.

A lo lejos, por la parte del mar, el sol ocultábase tras la cumbre del Serantes. Un grupo de muchachos seguía la lenta flotación del último santo, arrojándole piedras para que no se detuviera en las revueltas de la corriente. Después de las agitaciones de la tarde, la calma majestuosa del crepúsculo de verano, parecía envolver suavemente el espíritu de Aresti, elevando su pensamiento.

Y sin acertar a reprimirse, estrechó a la joven entre sus brazos brutalmente, aplicó los labios ardorosos a su mejilla y con voz trémula le dijo: Dame una prueba de que me quieres... dame una prueba. Rosa hizo esfuerzos desesperados para desasirse. Al cabo lo consiguió arrojándole, con un empellón, de espaldas sobre la yerba, inerte, sin aliento.