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El doctor Montifiori era un católico recomendable, desde todos puntos de vista; miembro de dos o tres hermandades religiosas, él sabía conciliar, como nadie, la misa de la una del día con la cena alegre de la una de la noche, la hostia sacrosanta del altar con los mariscos perfumados del Café de París.

Otro rosal trepador, de retorcidas ramas y rosas de color de , subía por la fachada extendiéndose como una parra y daba al viejo casarón un tono delicado y aéreo. Tenía además este jardín, en el lado que se unía con la huerta, un bosquecillo de lilas y saúcos. En los meses de Abril y Mayo, estos arbustos florecían y mezclaban sus tirsos perfumados, sus corolas blancas y sus racimillos azules.

El grato vientecillo nocturno acariciaba mi frente con sus perfumados besos. Aun brillaban en la Sierra los últimos reflejos del día, y mientras subían del valle los mil rumores de la naturaleza adormecida, las voces del río y el canto de los pájaros, me puse a contemplar el magnífico cuadro que tenía delante. Las sombras invadían poco a poco la ciudad.

Estas cartas, antes de romper la nema de sus sobrecitos perfumados, me producen una inquietud semejante á la que en la adolescencia nos causaban los billetitos amorosos; pero más alquitarada, más refinadamente egoísta. «Me admira pienso y como me admira, me quiere algo; que yo, en mis libros, desnudé mi alma, y «Ella» la encontró hermosa...»

Pero, ¡ah!, la factura de sus novelas será muy notable; mas no tanto como la de aquellos arroces, dorados y humeantes, devorados fieramente, bajo el alegre cielo madrileño, en amable cordialidad, en aquellos buenos días que retornan del fondo de lo pasado perfumados de alegría y de juventud. Perdonadme, respetables señores, estas fugas sentimentales y pintorescas.

Llevaba el Rey una tiara no menos estupenda, ajorcas y brazaletes, y por zarcillos dos redondas perlas, del tamaño cada una de un huevo de perdiz. Su cabellera le caía en bucles perfumados sobre la espalda, y la barba formaba menudísimos rizos, artística y simétricamente ordenados. Su vestido y su persona despedían delicada fragancia.

El tal ojo quedaba a larga distancia de su sitio natural, o, cuando más, caía grotescamente en el vientre o el rabo. Isidro seguía imperturbable, manoseando hermosos brazos con aire paternal, guiando los bustos perfumados con protectora suavidad.

La negra y rizada cabellera que ceñía sus cándidas sienes, formando undosos y perfumados bucles, se la cortó él mismo, y te la envía como último presente. El escudero Chandac tiene el encargo de entregártela, y ya se adelanta a cumplirle, si le dejas penetrar hasta aquí. Ya estáis muertos y separados de él. Estáis muertos porque no tenéis memoria y no le recordáis.

Brutos y personas permanecen allí arriba durante cinco o seis meses, alojados al sereno, con hierba hasta la altura del vientre; después, cuando el otoño empieza a refrescar la atmósfera, vuelven a bajar a la masía, y vuelta a rumiar burguesmente los grises altozanos perfumados por el romero. Quedábamos en que ayer tarde regresaban los rebaños.

Abriendo una mampara negra, entraron en el despacho, pieza empapelada de obscuro, con estantes de carpetas verdes y grandes cromos franceses de santos y santas, que parecían acicalados y perfumados para asistir a un baile. Allí, tras la mesa-ministro, sobre la cual todo estaba arreglado con nimia pulcritud, mostrábase el famoso banquero. Tónica experimentó una decepción.