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Actualizado: 1 de octubre de 2025


Un aprendiz lanzóse a la carrera por una puertecilla obscura que se abría en la anaquelería: una de esas gargantas de lobo que dan entrada a pasillos y escaleras estrechas, infectas como intestinos, que sólo se encuentran en las casas donde las necesidades del comercio y la aglomeración de mercancías disputan a las personas el terreno palmo a palmo.

«Me alegro dijo el Delfín, cuando su mujer le conducía por las escaleras arriba ; me alegro de que me hubieras sacado de allí, porque no puedes figurarte lo que me iba cargando el tal inglés, con sus dientes blancos y apretados, con su amabilidad y su zapatito bajo... Si sigo un minuto más, le pego un par de trompadas... Ya se me subía la sangre a la cabeza...».

Y esta música monótona del mar comunicaba una sensación de noche y de inmensidad á la música de los hombres. Al pie de las escaleras ó en los salientes de las cubiertas inferiores se agrupaban los oficiales y los empleados del príncipe para oir el nocturno concierto.

Por lo mismo, es conveniente y justo que os volváis á vuestra casa. ¡A mi casa! ¡á mi casa! ¿Y dónde está mi casa? Habían bajado las escaleras y se encontraban en el patinillo. Doña Ana llegó al postigo y le abrió. Id con Dios, señor Montiño dijo.

Solo y levantado está en la sala de arriba dijo la mujer del alguacil. Sin aguardar más contestación ni más permiso, Juanita apartó a un lado a su interlocutora, echó a correr, subió las escaleras, dejó el manto en un banco de la antesalita y entró destocada en la sala donde estaba don Paco.

Oyéronse al fin leves pasos que parecían provenir de unas estrechas escaleras, situadas cerca del joven; luego los pasos cesaron y se oyó un siseo de mujer. ¡Ah! ¡ya pareció ella! dijo Quevedo ; ¿pero quién será? Entre tanto Juan Montiño se había dirigido sin vacilar á las escaleras, y desaparecido por su entrada. Sigámosle.

Dentro de él había unos cuantos criados que charlaban contemplando desde allí lo que podían. Tenían la puerta abierta, y Obdulia, sin decirles palabra, se introdujo por ella y subió unas cuantas escaleras. Pero deteniéndose de repente y permaneciendo un instante indecisa, tornó a bajarlas y se dirigió al grupo de los domésticos.

Estamos enteramente solos dijo el duque : los que nos han traído no saben quién eres, ni de dónde sales. Y esta era la verdad. ¡Oh Dios mío, y qué locura! dijo Esperanza asiéndose encendida y trémula, al brazo que el duque la ofrecía. Subieron unas escaleras. Dos horas después el duque bajó por aquellas mismas escaleras, pálido y pensativo.

El joven siguió tras él y así atravesaron algunas puertas, en todas las cuales había centinelas; pero muy pronto empezaron á recorrer enormes salones desamueblados en la parte íntima, por decirlo así, del alcázar. Subieron otras escaleras, y en lo alto de ellas se detuvo el lacayo.

Esas crujías... con vuestra licencia, mejor estaríamos en el aposento del portero. ¿Quién es el hidalgo portador de la carta de su majestad? dijo el frailuco desde la subida de las escaleras ; adelante, hermano, y sígame. Entráos, entráos vos en el aposento del portero, amigo, y hasta luego. Hasta luego.

Palabra del Dia

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