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Actualizado: 1 de junio de 2025


Solo con el auxilio de un sirviente, y asiéndose del pasamanos de hierro, podía subir lenta y dolorosamente las escaleras de la Aduana; y luego, arrastrándose con harto trabajo, llegar á su asiento de costumbre junto á la chimenea.

Era necesario prevenir á Felicia que aún dormía. El tío Goro subió las escaleras y la llamó diciéndole que se vistiese de prisa, que la necesitaba. Pero Demetria no esperó á que bajase: en cuanto oyó sus pasos en la sala sin poder contenerse subió la escalera gritando: ¡Madre! ¡madre! La buena mujer cayó en sus brazos. ¡Madre! ¡madre! ¡madre! ¡Ya estoy aquí! ¡Madre! ¡madre! ¡madre!

Le vigilaba, y todos los días poco antes del amanecer, escuchaba cómo abría suavemente la puerta de la calle y subía las escaleras quedamente, tal vez descalzo. La austera señora callaba amontonando en silencio su indignación, lamentándose ante don Andrés de aquel retoñamiento de locura que trastornaba sus planes.

¡Vaya una advertencia! exclamó Sandoval; si habrá confianza en la cuadrilla, ¿eh? Y ¡qué versos! Don Tiburcio convertido en redondilla, ¡dos piés, uno más largo que otro entre dos muletas! Si los ve Isagani, ¡los regala á su futura tía! ¡Aquí está Isagani! contestó una voz desde las escaleras.

Este vínculo de aproximación hizo que los dos se abordasen sonrientes, con la mano tendida, continuando la conversación de la noche anterior. Y una vez terminado el almuerzo, Karl se había encaramado por una de las escaleras que conducían a la última cubierta, atraído por la gritería de los niños en pleno juego. Su madre le siguió, mirando antes en torno para ver si Ojeda estaba cerca.

Pero a no se me encoge el ombligo murmuró en voz audible la duquesa, según subía las escaleras, par a par de un familiar de Su Ilustrísima, clérigo bisoño y doliente, el cual, oyendo esta expresión extraña y para él inexplicable, fué víctima de un ataque de turbación tan intenso, que tropezó en un peldaño y a poco cae de bruces.

Me consta, amigo mío repuso el ministro sonriendo, quizás sin segunda intención. Y nuestro diputado bajó las escaleras echando chispas. Se le figuraba que tardaba demasiado en llegar a su casa para cerrar las puertas de ella al diplomático de pega.

Allí fue mucho mayor mi sorpresa. Ni en torno del patíbulo, ni en toda la tierra que alcanzaban los ojos, se veía tampoco una figura humana. Subí las escaleras del tablado, deteniéndome a cada instante para mirar alrededor, pues no acertaba a comprender lo que era aquello. El cielo presentaba un aspecto distinto.

Con que me digáis dónde vive doña Clara, me dejo con vos el alma y allá me emboco. Más allá de la galería de los Infantes, en aquella galería obscura. ¿En la de anoche?... , frente á aquellas escaleras. ¡Ah! ¡frente á las escaleras aquellas! no he de perderme con tales señas. Quedad con dios, señora mía, y tratadme bien el alma, que con vos se queda. ¡Ay, que os lleváis la mía! Adiós.

Y estos tubos de ventilación, así como otros túneles verticales abiertos desde las máquinas a lo alto del navío, tenían en sus paredes estribos de acero que servían de peldaños; leves escaleras por las que podían trepar las gentes de las máquinas en momentos de peligro. El guía de los galones plateados abrió una puerta de acero pequeña como una ventana y del espesor de un muro.

Palabra del Dia

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