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Actualizado: 1 de julio de 2025


Y Juan Montiño tiró hacia las escaleras, y siguiendo al lego portero recorrió el claustro alto hasta el fondo de una obscura crujía, donde el lego abrió una puerta. Nuestro padre dijo el lego , aquí está el hidalgo que viene de palacio. Adelante dijo desde dentro una voz dulce, pero firme y sonora. Montiño entró. El lego se alejó después de haber cerrado cuidadosamente la puerta.

Le molestaba la música, por creerla igual a una risa burlona. Otra vez necesitaba huir en busca de obscuridad y silencio. Y tomó una de las escaleras que conducían a la cubierta de los botes. Arriba creyó despertar con el fresco de la noche, como los ebrios que reciben de pronto una corriente de aire.

Las casas de la derecha tienen todas salida a la mar por medio de escaleras mejor o peor labradas, según la importancia del edificio. Termina en el Campo de los Desmayos, donde se alza la iglesia, sobre una punta de tierra que avanza en el mar.

No, te espero aquí; no quiero subir escaleras: bájame mismo la orden. Como ven nuestros lectores, para lo que habían sacado á Montiño del calabozo era para que hablase con el bufón. Paseábase éste en una de las habitaciones de la alcaidía.

Al pasar por el primer piso vió en un cuarto muy lujoso, y extendido sobre un sofá, un uniforme de oficial carlista, con su boina y su espada. Tenía tal convencimiento Martín de que sólo a fuerza de audacia se salvaría, que se desnudó con rapidez, se puso el uniforme y la boina, luego se ciñó la espada, se echó el capote por encima y comenzó a bajar las escaleras, taconeando.

Para vestir los desnudos suelos del tránsito, discurrió Lituca sembrarlos, y los sembró ella misma, de penquitas olorosas de laurel que abundaba en las grietas de los peñascos de enfrente. Y aún la quedó tiempo para sahumar toda la casa con romero y mejorana, quemado por ella en las ascuas del brasero, llevándole Chisco y Pito Salces entre manos por salas, pasillos y escaleras.

Lo que usté me está quitando todos los días es el crédito, ¡chismosona, mas que chismosa!; y si no fuera por dar al diablo que reir, ya la había arrastrao por las escaleras abajo. Capaz serás de hacerlo, ¡bribonaza!; que la que no quiere á sus hijos, mal puede respetar las canas de los viejos.

Apenas Juan Montiño había desaparecido por la escalerilla de las Meninas, cuando Quevedo, que como sabemos observaba desde la puerta, se embocó por aquellas escaleras en seguimiento del joven.

La secretaría estaba cerrada, y en el edificio había extraordinario movimiento. Subían y bajaban las escaleras frailes, militares, particulares, antiguos abogados y médicos, acaso para ofrecer sus servicios á la causa que peligraba.

Soltad, ó grito. Pueden conoceros por la voz. ¡Traen luces y nos verán! Allí hay unas escaleras. Y luego se oyó el ruido de las pisadas de Quevedo hacia un costado de la galería. Luego no se oyó nada, sino los pasos de algunos soldados que iban á hacer el relevo de los centinelas. Uno de ellos llevaba una linterna.

Palabra del Dia

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