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Pero es preciso... ... ... es preciso que doña Clara se separe de don Juan; es preciso que don Juan sea de Dorotea y sólo de Dorotea; es preciso que doña Clara los vea aquí juntos, enamorándose, acariciándose, embriagados de amor. Y el bufón bajó silenciosamente las escaleras, se puso los zapatos, abrió la puerta, salió, cerró y se encaminó al alcázar en busca de doña Clara.

Maximiliano tuvo tal acceso de coraje, que hasta se ofreció a su mente con caracteres odiosos la imagen de doña Lupe, de su segunda madre. Al subir las escaleras de la casa se serenó, pensando que su tía no sabía nada, y si lo sabía, que lo supiera, ¡ea!... «¡Qué carácter estoy echandose dijo al meterse en su cuarto. Cerró cuidadosamente la puerta y cogió la hucha.

... Voy a tomar una taza de te. Te acompaño. No, no; vuelvo en seguida. Y corrió, dejándole plantado cerca de la puerta. Bajó las escaleras. Se encontró en la calle sin darse cuenta de lo que hacía. El aire frío de la noche le refrescó la cabeza y le hizo volver en su acuerdo. Súbitamente tomó la resolución de partir a Tejada. Buscó con la vista el coche y no le vió.

Corrió silenciosamente la puerta, y entre la multitud de pequeños rumores y crujidos de la desierta casa, se le figuró oír una voz débil que cantaba en el piso de arriba. Recordó que éste no era más que un desván utilizado para cuarto de trastos viejos. Casi avergonzada de su acción, subió furtivamente las escaleras, y entreabriendo la puerta, miró hacia adentro.

Su ser estaba suspenso entre el regocijo y el temor, esperando la palabra o el gesto que expresaría para ella todo el bien o el mal que la vida podía reservarle. En ese momento un lacayo penetró presuroso en la cuadra anunciando que don Alonso Blázquez subía las escaleras.

Y corriendo de aquí para allí, subió escaleras, y tocó campanillas, y abrió puertas sin reposar un instante, hasta que hubo juntado siete ú ocho médicos, y les llevó á su casa. Era preciso salvar á Celinina.

Apoyose en la cortina de crespón para mirar a la calle y la destrozó. Trató de abrir su escritorio para tomar el pomo de esencia, pero dio demasiada vuelta a la llave y estropeó la cerradura. Salió de la estancia y vagó, por los pasillos oscuros y escaleras, con incierta planta, como un fantasma. Allá a lo lejos vio un punto luminoso y se dirigió hacia él involuntariamente como una mariposa.

En un principio solía pedir a sus amigos o conocidos del café algún dinero para jugar al tresillo, y bebía al fiado en el café; pero al poco tiempo ni los amigos quisieron darle nada, ni el dueño del establecimiento le fiaba ya por valor de dos cuartos. Faltó poco para que doña Brígida le echase a rodar por las escaleras cierto día que le llevó una cuenta de ciento veinte reales.

Después, aun en el caso de aprovechar una ocasión y poder salir de allá, quedaba por recorrer un pasillo largo y luego unas escaleras... Imposible. Había que escapar por la ventana. Era el único recurso. ¿A dónde dará esto? se dijo. Arrimó el banco a la pared, se subió a él, se agarró a los barrotes y a pulso se levantó hasta poder mirar por la reja.

Yo soy tu madre... Las circunstancias han hecho que hasta ahora no haya podido darte el nombre de hija; pero Dios no ha querido que muera privada de ese placer... Acércate, hija mía. Demetria bajó todas las escaleras y se aproximó á la señora. ¿Me das un beso? dijo ésta tomándola de la mano y con voz donde se traslucía la emoción.