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¡Monstruos! ¿Qué queréis? ¿No estáis aún embriagados con los naufragios de que tenemos noticia á cada momento? ¿Qué más pedís? «Tu muerte y la muerte universal, la supresión de la tierra y la vuelta del caosLos faros.

D. Custodio prometió despacharlo en todo este mes. ¡Viva don Custodio! ¿Y si don Custodio dictamina en contra? preguntó el pesimista Pecson. Con eso no contaban, embriagados con la idea de que el asunto no se archivaba. Todos miraron á Makaraig para saber qué se resolvía.

Los dragones, las sibilas, los monstruos bíblicos que para representar sutiles abstracciones ideó el genio de la Edad Media, refundiendo los despojos de las sirenas y los centauros antiguos, muestran sus heterogéneos miembros, en que la figura humana se une á las más raras formas de la fantástica zoología, ya religiosa, ya heráldica, inventada por embriagados escultores.

El esposo de Casilda permanece algún tiempo en Toledo ocupado en sus negocios, y mientras tanto atiende ella á todos los quehaceres propios de su estado: se la ve al obscurecer cantando al frente de los segadores á su regreso, rezar después las oraciones y retirarse á su dormitorio. El servidor disfrazado del comendador bebe con los demás compañeros, hasta que caen en tierra embriagados.

Marchar siempre acompañados de una escolta de pajaritos de Dios que nos enseñaran el camino y nos deleitaran con su canto, embriagados por los aromas de las flores, inundados de luz, envueltos en la caricia de una primavera eterna. Esto es lo que soñaba cuando tenía catorce años.

Enardecidos por esta actividad mortal, embriagados por la celeridad destructora, sometidos al vértigo de las horas rojas, Lacour y Desnoyers se vieron de pronto agitando sus sombreros, moviéndose de un lado á otro como si fuesen á bailar la danza sagrada de la muerte, gritando con la boca seca por el acre vapor de la pólvora: «¡Viva... viva

Los jefes, embriagados por el estrépito, daban sus órdenes á gritos, agitaban los brazos paseando por detrás de las piezas. Los cañones se deslizaban sobre las cureñas inmóviles, avanzando y retrocediendo como pistolas automáticas. Cada disparo arrojaba la cápsula vacía, introduciendo al punto un nuevo proyectil en la recámara humeante.

Pero Constanza y Roger no se daban cuenta de lo que en torno de ellos sucedía, perdidos como estaban en mutua contemplación, embriagados con la felicidad inmensa de verse reunidos después de una separación que ella había creído eterna. Tras los amantes quedaba el obscuro arco de entrada del templo; frente á ellos la vida entera, llena de luz, de alegría y felicidad.

Don Elías cruzaba la Carrera de San Jerónimo, cuando vió que hacia él venían unos cuantos hombres que reían y gritaban dando vivas á la Constitución y á Riego. Trató de evitar el encuentro, y tomó la otra acera; pero ellos pasaron también, y uno le detuvo. Eran cinco individuos, y de ellos tres, por lo menos, estaban completamente embriagados. Nuestro ya conocido Calleja les mandaba.

Un sinnúmero de coches particulares y de berlinas de punto cubrían más abajo la ancha carretera, galopando en dirección a la plaza; y al través de ellos, dejándolos atrás en seguida, corrían desbocados los ómnibus, mientras los que iban encima, sin miedo a estrellarse, embriagados por la carrera vertiginosa, saludaban con gritos de alegría a los que iban dejando en pos de .