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Actualizado: 8 de junio de 2025
¿Sabes lo que han hecho ayer noche conmigo tus vecinos? exclama rudamente el mozo. Flora le mira sorprendida. Pues en cuanto salí de tu casa, antes que llegase á Rivota, entre Toribión y otros tres me torgaron. Un relámpago de ira pasó por los ojos de la zagala. ¿No te dije que no te fiases de ellos, Jacinto? ¡Que eran muy burros! ¡muy burros! Adiós.
Flora lo advierte y le pregunta el motivo. Tarda en responder la zagala. Al cabo desahoga su pecho y le cuenta sus inquietudes, sus tristezas engendradas por las palabras que se le escaparon á su hermano Pepín el día del Carmen. Verdad que estas palabras llovían sobre mojado. Por eso sin duda le habían causado impresión tan honda. Flora se apresuró á tranquilizarla.
La hermosa zagala, sin comprender lo que debía al rango de aquella familia esclarecida con que el cielo inesperadamente la había dotado, se aferraba en acordarse de los rudos labradores que la habían criado y en amarlos. Es más, en vez de sentirse lisonjeada con su nueva posición, semejaba despreciarla.
Habíamos convenido en salir dijo sonriéndose el poeta. ¡No, no! ¡Calendal! ¡Calendal! Mistral transige y con su voz musical y dulce, llevando el compás de los versos con la mano, empieza la lectura del primer canto: De una zagala loca de amor, Ahora que ha dicho la desventura, Cantaré, Dios mediante, un hijo de Cassis, Un desgraciado pescador de anchoas...
El tío Goro dirigió una mirada de reprensión á la indiscreta zagala. Cuando ésta se hubo alejado, D.ª Beatriz se despidió sin consentir que nadie la acompañase, dejando ordenadas todas las medidas necesarias para que Demetria se trasladase en breve plazo á Oviedo. El desquite.
Desde aquel día, en efecto, cambió mucho ya la actitud de D. Félix con la zagala. Sin embarazo alguno fueron tantas y tan vehementes las pruebas de afecto que le prodigó que Flora quedó tan admirada como conmovida.
Por las demás, que me llamarían tonta viendo que un señorito me prefería. La verdad es que entonces no me tenías muy buena voluntad, ¿eh, Rosa? Verdad que no. ¿Y ahora? Ahora... ahora... ahora... ¿qué sé yo? ¡Qué preguntas tiene usted, D. Andrés! La zagala hizo un gesto de impaciencia. No estaba en su naturaleza, arisca y desdeñosa, el confesar sus sentimientos.
D.ª Robustiana, temiendo que llegue su marido, la toma de la mano y la conduce al cuartito que ocupaba la zagala, y allí desahoga en ella su pecho. «¡Un tarro de dulce! ¡tres libras de chocolate! ¡botellas de Jerez!» Señora, ya sabe usted que el chocolate es malo en las posadas. ¿Y para qué quiere tres libras? No sabrá el tiempo que necesite permanecer en Langreo.
Un estruendoso cubo de cohetes de lucería salió bufando en todas direcciones; retumbó la música; hubo un minuto de gritos, vivas, estruendo y confusión, y nadie reparó en que un pobre viejo, un barquillero, salía del recinto mitad arrastrado y mitad en brazos de dos hombres. «Le dio un accidente», decían al verlo pasar, sin añadir otro comentario. Zagal y zagala
Calló la zagala, comprendiendo que Nolo tenía razón, que su queja era injustificada. De todos modos profirió después con resolución, si ahora me marcho, algún día volveré. Nadie me quitará de venir á ver á mis padres... Y si me lo quitan, ya sabré lo que he de hacer. ¿Cuándo te marchas? Mañana. Regalado, el mayordomo de D. Félix, quedó encargado de llevarme.
Palabra del Dia
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