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Muy bien si la muerte fuese algo inmóvil que sólo pone su mano en el que se le acerca... Pero si el hombre no va en su busca, ella corre con pasos de cien leguas en busca del hombre. ¿Quién puede adivinar el momento del encuentro?... Lo mejor era despreciarla, no concederle el tributo de un recuerdo continuo, engendrador de angustias y miedos.

Su viaje le había servido para convencerle del absoluto olvido que su amor generoso merecía á la hija del guarda, de la ciega pasión que ésta había concebido por el majo de Medina. Y, sin embargo, aunque lo mereciese, le era imposible despreciarla, ni aun dejar de amarla.

No procuró confirmarlos, primero porque no le importaba, y después porque una vez confirmados se vería obligado a despreciarla, y no quería que una mujer que tanto se parecía a su madre en la figura fuera un ser despreciable. Se abstuvo de pedir noticias de ella. Contentóse con satisfacer siempre que podía aquel extraño deseo de renovar su dolor, de conmoverse hasta derramar lágrimas.

La hermosa zagala, sin comprender lo que debía al rango de aquella familia esclarecida con que el cielo inesperadamente la había dotado, se aferraba en acordarse de los rudos labradores que la habían criado y en amarlos. Es más, en vez de sentirse lisonjeada con su nueva posición, semejaba despreciarla.

Y lo que decía Rufita a las tres Indianas babeando de indignación: No lo siento por ella, la verdad, ni por el parentesco que nos une, ni tampoco me extraña; porque, con el modo de vivir que traía la muy pindonga, en eso había de venir a parar... o en cosa peor que también puede haber sucedido... ¡vaya usted a saberlo!.. ¡Ay, si tenía yo buena nariz cuando despreciaba sus arrumacos! «Que no te dejas ver, Rufita... que vengas a menudo por aquí... que te echo mucho de menos... que entre personas de familia debe haber mucha unión y mucho cariño... que a comer... que a refrescar... que no seas ingrata ni orgullosa...» ¡Pícara lagarta sin vergüenza del demonio! ¡Como si fueran de juego los motivos que yo tenía para despreciarla!... Pero por quien siento el escándalo es por mi pobre primo carnal, Nachito: tan joven, tan guapo, tan caballero y tan poderoso; porque le pone en redículo, después de las voces que han echado a volar ella y su padre, sobre casamiento arreglado de los dos primos. ¡Para ella estaba, la muy escandalosa! ¡En eso piensa el hijo de mi tío Cesáreo!

Y no una señora curtida en achaque de aventuras, ni una doncellita boba temible por su misma ingenuidad, ni una astuta sabedora de todas las bajezas que el hombre es capaz de cometer antes, y de las infamias que hace después, nada de esto, sino que se trataba de una mujer incauta, inexperta, gozada y abandonada. Cierto que la dejó, pero sin escarnecerla ni despreciarla.

Yo ya no la amo porque mi corazón está lleno de usted y no queda en él sitio para otra; pero no tiene usted razón al despreciarla, se lo juro. ¿Por qué quiere usted que sea yo más indulgente que el resto del mundo? Ella ha faltado a todos sus deberes engañando a un hombre honrado que le había dado su nombre. ¿Cómo una mujer puede hacer traición a su marido?

Don Acisclo, sabedor ya de los muchos millones que heredaba doña Luz, y comprendiendo a las claras que la carta había de tener relación con los tales millones, lejos de despreciarla, la consideró como importantísima y trascendente, y se apresuró a llevarla a la persona a quien iba dirigida.

Hábleme usted con entera franqueza porque ya estoy lo suficientemente fuerte para oírlo todo. Lo único que siento es no haber dado a usted mi primer amor. ¡Qué bueno es usted! Esa mujer no ha sido jamás digna de usted. Yo no la he visto nunca, pero instintivamente la detesto, la desprecio. No hay necesidad de despreciarla, Germana.