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Actualizado: 8 de junio de 2025


Á todos sus ruegos y razones respondía cada vez con mayor energía: «¡no quiero! ¡no quieroEl mismo capitán fué desairado. Perdóneme usted, D. Félix le respondió con resolución la altiva zagala. Todo cuanto usted me mande lo haré menos eso. ¡Dejarla! ¡dejarla! exclamó Jacinto con voz alterada. No la molestéis más. Ya no quiero esa prenda de sus manos. Que me la entregue quien no me desprecie.

No, no es la hermosa zagala de Canzana por quien te interesas la que ha muerto repuso D. César con sonrisa benévola. Es la gloriosa Demetria, la diosa de la agricultura, la diosa que alimenta, como la llama Homero... ésa que vosotros los latinistas llamáis Ceres añadió con cierta inflexión desdeñosa. Demetria ha muerto y se prepara el advenimiento de un nuevo reinado, el reinado de Plutón.

Por coincidencia, y aunque ella no hubiese leído el soneto de Lope, concebía imágenes pastoriles y acaso se figuraba a doña Agustina como a una mayorala o rabadana que llevaba en pos de , atado con un cordón, el manso que ella, la zagala Juanita, había cuidado con esmero, dándole de su sal a puñados.

Quino se acerca á Telva y con frase insinuante la requiebra y la felicita. Arrimados á una columna del pórtico departen en voz baja mientras Eladia, con la muerte en el alma, les dirige miradas fulgurantes. Pero Flora, la gentil zagala de Lorio, se acerca á ella y procura distraer su pena con su charla siempre alegre y graciosa. Deja que me esconda detrás de ti. Jacinto me persigue y me sofoca.

Era menester, para alegrarla, que todos los días hubiese jarana, giras de campo, mascaradas, etc., y que ella bailase sin cesar hasta caer rendida como una zagala de quince años: necesitaba menudear las entrevistas secretas con su amante a las horas más extraordinarias y en las ocasiones más impensadas.

Vamos dijo al fin, voy a recoger el jarro, que ya está oscureciendo. Subieron de nuevo por el senderito al camino real, y tornaron a emparejarse. Andrés le propuso que fuesen de bracero, como los señores en la ciudad, y viéndola suspensa, sin saber en qué consistía, se lo explicó prácticamente. La zagala lo encontró muy gracioso.

En los días siguientes, aunque se mostraba traba atento con ella, no buscaba su conversación como otras veces; antes huía de las ocasiones de hablarla en particular. La zagala no pudo menos de sentir tal frialdad, y un día con lágrimas en los ojos le dijo á D.ª Robustiana que se iba, que su presencia en la casa no era grata al amo. La mayordoma trató al instante de disuadirla.

Delante de un espejillo fementido peinó su cabellera soberbia; la cubrió después á medias con un pañuelo de seda azul, cuyos flecos le caían graciosamente por la frente: colgó de las orejas los pendientes de aljófar que su padre le había traído recientemente de Oviedo; ciñó su garganta con tres sartas de corales; apretó su talle con el justillo de cien flores y cordones de seda torzal; se puso el dengue de pana, la saya negra de estameña, la media blanca, el zapato de becerro fino... ¡Ea, ya está lista la zagala!

La zagala se postró ante la sagrada imagen de la Virgen, y sollozando, con palabras fervorosas pidió protección para ella y para Nolo: besó repetidas veces el ramo de claveles que éste le había dado y lo dejó á los pies de la Madre de los desconsolados.

Después me dijeron que iban á llevarme á Oviedo y vestirme de señora... ¿Y no te alegras de eso? preguntó Nolo sin levantar los ojos. No respondió secamente la zagala. Hubo una pausa. Nolo volvió á preguntar tímidamente: ¿Será por el tío Goro y la tía Felicia? Te han criado como padres y los quieres como si lo fuesen... , por ellos es... y por ti también añadió rápidamente y en voz más baja.

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