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Actualizado: 7 de junio de 2025


La mayordoma pasó instantáneamente de la sorpresa á la alegría. ¡Oh, señor, todos lo sabíamos!... y todos ansiábamos que llegase pronto este momento. Luego abrazó y besó á Flora con entusiasmo y la felicitó de todo corazón. Que sea por muchos años. Dios y la Virgen del Carmen le , señor, larga vida para gozar el cariño de una hija tan buena y tan hermosa.

La mayordoma no osó preguntarle tampoco porque bien conocido tenía el genio altivo de las cuñadas de su señor. Cuando hubo cenado, antes de retirarse á descansar preguntó dónde se hallaba el pueblecillo de Canzana. Regalado y su esposa se lo explicaron. Informóse después de si habitaba en él un cierto sujeto llamado Gregorio que tenía por esposa una mujer llamada Felicia.

Cedió en seguida la mayordoma: la ropa blanca era su dulce manía. Subieron al piso alto, amontonaron la ropa sucia en una gran cesta, pero antes de colocarla sobre la cabeza de la doncellita, D.ª Robustiana tuvo la condescendencia, para ella siempre sabrosa, de mostrarle una vez más los armarios de la ropa.

¿Dice usted que no se comen los cisnes, don José? preguntó triunfalmente. ¡Pues que se comen, y muy ricos que son! ¿Para qué los hubiera matado sino para comerlos? En la estupefacción general, observó la voz agria de la mayordoma: Usted dirá los pichones de ganso; pero los cisnes, los cisnes... ¡No digo los pichones de ganso, digo los cisnes, señora! afirmó Juanillo dignamente.

Colóquense en una fuente caliente, y sírvanse con su jugo o con un adorno de patatas fritas, salteadas, en puré o a la mayordoma.

Juanillo guardó prudente silencio. ¿Cómo iba a explicar a aquella ignorante y pobre gente la intención estética que tuviera? ¿cómo?... Terminadas las lamentaciones del mayordomo, la mayordoma comenzó las suyas: ¡Dios mío! ¡matar esos cisnes tan lindos que eran como los hijos de la señora!... ¿Y qué nos dirá la señora? ¿Y qué le diremos a la señora?...

Cuando hubieron charlado largamente, Flora se despidió de ella prodigándole cuantos consuelos pudo. La mayordoma quería que se quedase unos días en Entralgo, pero la joven le hizo presente que el lunes era día de colada ó lavado en su casa y no podía aceptar la invitación. Le prometió, sin embargo, venir pronto á acompañarla.

Flora se dejó convencer y permaneció en la casa. Cierto suceso imprevisto vino á dar la razón á la mayordoma. Nuestra linda morenita, en su deseo de agradar á todos en la casa y hacerse simpática, solía agasajar hasta al mismo Talín, le llamaba «rico mío», «precioso», «salado», aunque bien sabemos que Talín no merecía en conciencia estas lisonjas.

En cuanto llegué, el mayordomo, reforzado con la mayordoma, me instaron a jugar al delicioso jueguito... Loco de rabia, les contesté del peor modo... El mayordomo se irritó a su vez... Los dos gritamos desaforadamente... La mayordoma se echó a llorar y me dijo que yo no era un «gentleman»... En fin, se armó tal camorra, que tuve que echar del establecimiento ignominiosamente al matrimonio inglés.

En los días siguientes, aunque se mostraba traba atento con ella, no buscaba su conversación como otras veces; antes huía de las ocasiones de hablarla en particular. La zagala no pudo menos de sentir tal frialdad, y un día con lágrimas en los ojos le dijo á D.ª Robustiana que se iba, que su presencia en la casa no era grata al amo. La mayordoma trató al instante de disuadirla.

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