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Todas las casas de Tablanca, con excepciones contadísimas, me parecieron construidas por un mismo plano: la planta baja, destinada a cuadras del ganado lanar y cabrío; en el piso, la habitación de la familia, y la cocina sin más techo que el tejado, y en lo alto el desván, limitado por un tablero vertical sobre el borde correspondiente a la cocina, formando con las tres paredes restantes lo que pudiera llamarse «caja de humos». Afuera, una accesoria para cuadra y pajar del ganado vacuno, y pegado a ella o a la casa, un huerto muy reducido.

A se me caen los pálpagos de sueño, porque, hija, no he pegado el ojo desde antanoche; y por eso no soy más opípara en esta carta. Otra vez la contaré lo que ahora me callo, que le aseguro a usted, doña Regustiana, que es mucho y bueno.

, hija de mi alma, te quiero más que a mi vida... Perdóname. Yo también te quiero a ... ¡A ellos no! Antes quería a madrina, pero ahora no... ¡Me ha pegado tanto! ¡Si supieras!... Me mordía, me arañaba, me arrastraba por el suelo, mandaba a Concha que me azotase con la ballena, me ataba con una cuerda como a los perros... ¡Calla, calla, que me matas! profirió Luis sollozando.

no sabes la gana que tenía de verte. Eres el único hombre por quien me han pegado. ¿Te acuerdas? Para constituías toda mi familia. ¿Qué hará? ¿Dónde estará Martín? pensaba. ¿De veras? ¡Que extraño! ¡Hace de esto tanto tiempo! Y somos jóvenes los dos. ¡Cuenta! ¡Cuenta! ¿Cuál ha sido tu vida? ¿Qué has hecho por el mundo? Martín, emocionado, habló de su vida, de sus aventuras.

Freya gemía con los ojos cerrados, sin salir de su inercia. El marino, ceñudo, ajado por la cólera, con una fealdad trágica, siguió inmóvil, mirando torvamente á la hembra caída. Estaba satisfecho de su brutalidad; había sido un desahogo oportuno; respiraba mejor. Al mismo tiempo sentía vergüenza. «¿Qué has hecho, cobarde?...» Por primera vez en su existencia había pegado á una mujer.

El acabar de comer con este postre se menciona con frecuencia en nuestros libros del buen tiempo: Don Antonio Hurtado de Mendoza, en el Entremés del Examinador micer Palomo: «VALIENTE. Yo he tenido quinientos desafíos; he hecho sobre el duelo dos comentos; seiscientos antuviones he pegado y he reñido cien veces en ayunas. MR. PALOMO. ¿Qué fuera al fenecer las aceitunas...?»

Volvió á llamar y sucedió el mismo silencio. Entonces vió lo que en su apresuramiento, en la turbación, no había visto. Un papel pegado sobre la cerradura, en que se leía en letras gordas, lo siguiente: NADIE ABRA ESTA PUERTA, DE ORDEN DEL REY NUESTRO SE

Gillespie no alcanzaba á verle bien, pero sospechó que era una mujer. Esta mujer, tendiéndose sobre su pecho, se fué arrastrando con el oído pegado á la piel, sirviéndole de guía el ruidoso bombeo de la sangre á través del enorme corazón. Al fin el director femenino se irguió, señalando con un dedo á sus pies, como si dijese: «Aquí». Inmediatamente acudieron los seis bandoleros con su barra.

La luz de una linterna penetró en el interior. Quevedo miró profundamente al bulto que estaba pegado al brazo que tenía la linterna. Pero nada vió más que el bulto.

Al pronto se le saltaron las lágrimas; pero después, considerando que había sido su padre quien le había pegado, y ofreciéndose á su fantasía de un modo cómico toda la escena, y viéndose él mismo bailar á latigazos y con casaca, se rió, á pesar del dolor físico, y bailó con inspiración y entusiasmo. Las señoras aplaudieron á rabiar.