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Fundieron 17, y salieron tan buenos, que sobre el precio estipulado se les abonaron 1.500 maravedís . Eran pues los ribadoquines piezas ligeras de bronce de reciente adopción, cuyas condiciones se descubren en las partidas de cuentas de gastos hechos para aquel sitio, á saber: Bancos de ribadoquines pagados á los carpinteros. Maderos de olmo labrados á hacha para los mismos. Maromas.

27 Y colgaron de maderos con él dos ladrones, uno a su mano derecha, y el otro a su mano izquierda. 28 Y se cumplió la Escritura, que dice: Y con los inicuos fue contado. 29 Y los que pasaban le denostaban, meneando sus cabezas, y diciendo: ¡Ah! 30 sálvate a ti mismo, y desciende del madero. 32 El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora del madero, para que veamos y creamos.

No se había pensado nunca en repararlo, y se le dejaba apolillar y cubrirse de telaraña, conservando todavía entre sus maderos, los hilos de una estameña comenzada, quizá, en el reinado anterior. En el grosor de las paredes, cada ventana formaba un hueco profundo, con sendos poyos de piedra.

Bajaron algunos peldaños y la anciana silbó junto a él. Oyose entonces un cerrojo que caía y el rechinar de la puerta. Tenue resplandor embebió el lienzo que llevaba sobre los ojos y un fuerte sahumerio embriagó su sentido. Desceñida la venda por los dedos de la mujer, hallose en árabe estancia con azulejos en las paredes y techo de maderos entrelazados.

38 Entonces colgaron en maderos con él dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. 39 Y los que pasaban, le decían injurias, meneando sus cabezas, Si eres Hijo de Dios, desciende del madero. 41 De esta manera también los príncipes de los sacerdotes, escarneciendo con los escribas y los ancianos, decían:

Unas tablas mal unidas por cruces de maderos que les servían de refuerzo cerraban la puerta, la ventana y el tragaluz. No había ni un cristal en la torre. Aún era verano, y Febrer, indeciso sobre su destino, o más bien indiferente, dejaba los trabajos de una instalación definitiva para más adelante. Le parecía hermoso y seductor este retiro, a pesar de su rudeza.

El conde soltó una carcajada y se limpió la levita manchada de yeso. Pero ¿no tienes Inquisición en casa? El gato saltó de un rincón, bufando, y subió por los maderos. , allí veo la Suprema.... ¡cómo maya! ¿Qué ruido es este?

Rosalindo encontró al fin la tumba. Era un montón de piedras adosado á otras piedras que parecían la base de un muro desaparecido. Dos maderos negros y resquebrajados por el viento formaban una cruz, y al pie de ella había una vasija de hojalata, un antiguo bote de carne en conserva venido de Chicago á la América austral para acabar sirviendo de cepillo de limosnas sobre la sepultura de una mujer.

Bajo un peristilo formado de maderos pintados de rojo, iluminado por hileras de faroles de papel transparente, me esperaba una membruda figura de bigotes blancos, apoyada en un grueso sable. Era el general Camilloff. Al adelantarme hacia él, lo hacía con el paso inquieto de las gacelas que, asustadas, huyen sin ruido entre los árboles.

Al deslizarse los rayos del sol entre los postes, danzaban los átomos de aquel polvo que en capas seculares se extendía sobre las bóvedas. Movíanse al viento, como abanicos de gasa, las telarañas de muchos años. Los pasos de los visitantes provocaban en los rincones obscuros, tras los maderos abandonados, carreras precipitadas y locas de los ratones.