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En Aguirreche, en su cuarto, la tía Úrsula guardaba libros e ilustraciones con grabados, españoles y franceses, en donde se narraban batallas navales, piraterías, evasiones célebres y viajes de los grandes navegantes. Estos libros debían de haber estado en alguna cueva, porque echaban olor a humedad y tenían las pastas carcomidas por las puntas.

Capilla de S. José y Sta. Úrsula. La erigió á levante el canónigo D. Alonso Sanchez Dávila entre la antigua de nuestra Señora de la Concepcion y una puerta, en el año 1550, tomando el tramo veintitres de la última nave principal. Capilla de la Resurreccion.

En las tabernas, que no eran pocas, se oía mucha algazara. Era ya casi noche. Úrsula le fue guiando al través de aquella calle larga y tortuosa, que era la única de la parroquia de San Pedro, hasta una plazoleta en cuyo centro bailaba un grupo de muchachas. La batelera se detuvo delante de una casa vieja con escudo sobre la puerta, y se arrimó a la ventana de la tienda donde había estanquillo.

Cuando comencé a escribir, a mi tía Úrsula se le ocurrió dictarme párrafos del gran libro de la familia, y todavía conservo, por casualidad, un pliego en papel de barba, escrito por mi inhábil mano, con letras desiguales, que dice así: «El capitán de barco, Martín Pérez de Irizar, hijo de Rentería, cuando volvía de Cádiz de cargar un galeón de mercaderías, se encontró en alta mar con el corsario francés Juan Florín, cuyo nombre espantaba a cuántos salían al mar.

Cuando se hubo alejado de casa de la generala, cerca ya de la orilla donde Úrsula le aguardaba con su esquife, echó una mirada al ramo que llevaba en la mano, reflexionó que era grande y molesto para llevar a la iglesia, y diciendo: ¡A dónde voy yo con esta carga de hierba! lo arrojó al suelo, y siguió rápidamente su camino sin más pensar en él.

Aquel cuarto podía llamarse el altar de la familia; nada gozaba del honor de encontrarse allí si no tenía historia; las sillas de damasco rojo, los dos o tres veladores de laca, el espejo, el cuadro con la ejecutoria de los Aguirres, el arca.... De cada cosa de éstas, mi abuela, o mi tía Úrsula, podían hablar media hora.

Todo el libro se reducía a una serie de narraciones de aventuras marítimas y terrestres. Mi tía Úrsula se calaba las antiparras y leía con gran detenimiento alguno de estos relatos, y los comentaba. La mayoría eran breves, y estaban redactados en una forma tan amanerada, que yo no me enteraba de su sentido.

En la capilla de S. Pedro dotó doce memorias por D.ª Leonor de Bocanegra, su prima, y tambien dejó dotacion para que en el Sagrario ardiese un cirio continuamente; y á fin de que en la procesion de las vísperas y fiesta de las Once mil Vírgenes se llevase la cabeza de Sta. Ursula, dejó para distribucion 50 maravedís de moneda blanca.

Con frecuencia terminaba sus narraciones con estos versos de Concha, en su Arte de Navegar: Por tierra y por mar profundo Con imán y derrotero, Un vascongado el primero Dió la vuelta a todo el mundo. Y aunque estos versos no tuvieran relación alguna con lo contado, por el tono solemne con que los recitaba mi tía Úrsula, me parecían un final muy oportuno para cualquier relato.

La tía Úrsula la repartía, mientras nosotros, los chicos, mirábamos si a alguno le daban más que a los otros, para protestar. Mis primos solían contar cosas de los teatros y circos de la corte; pero, la verdad, esto no me llamaba la atención. Lo que me atraía era el mar. Miraba con envidia los chicos descalzos del muelle.