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Reunidas, pues, la fuerzas en la capital de Lampa, y nombrado por comandante de todas ellas D. Francisco Dávila, oficial que habia sido de marina, se deliberó que D. Antonio de Orellana marchase con su gente al pueblo de Ayabirí, para reforzar aquel importante puesto que se reputaba como frontera: pero á las dos jornadas recibió órden de retroceder, juntamente con 100 hombres mas que conducia á sus órdenes, como efectivamente lo verificó, restituyéndose otra vez á Lampa.

El coronel Dávila, á quien yo habia dejado en Cochabamba, ya pronto á partir para Moxos con la mision de operar las numerosas reformas, que de concierto con el señor Carrasco le habiamos indicado en beneficio de los infelices habitantes de esta provincia, acababa de sucumbir á impulsos de un fuerte cólico que le habia sobrevenido en la antevíspera de su salida, á las pocas horas de estar en su casa de regreso de una tertulia.

D. Juan respondió que si él acetase el gobierno, había de ser para defender el fuerte y no para rendirle: que si para esto querían, que él tomaría el cargo. El Antonio Dávila se fué con esta respuesta.

Andando en esto, encontró con el Sargento mayor Antonio Dávila, que venía hacia el castillo, y díjole que se fuese por 30 soldados y los llevase al caballero de la Cerda. Respondióle que, pues había Gobernador nuevo, hiciesen Sargento mayor también.

Facundo mandó a su vez una comisión a la Junta de Representantes, pidiéndole que depusiese a Dávila. La Junta había llamado al gobernador con instancia para que desde allí, y con el apoyo de todos los ciudadanos, invadiese los Llanos y desarmase a Quiroga.

Al principio, el mancebo manifestó no poca repugnancia por aquel espionaje, declarando que a él le parecía más derecho requerir con franqueza a don Enrique Dávila o al mismo Bracamonte; pero el Canónigo le hizo pensar en la necesidad de una previa certidumbre; y, al referirse al peligro de que su llaga se reabriese en el tráfago de las escaleras, le dijo: Si tal os sucede, hijo mío, haréis de cuenta que os hicisteis herir, una vez más, en servicio del Rey y de la honra de vuestra casa.

En el convento de San José, Catalina Dávila, presa de súbito arrobamiento, habíase levantado varios palmos del suelo al leer una anotación de mano de Teresa de Jesús, en los Morales de San Gregorio.

Un soldado se complace en enseñar sus cicatrices; el gaucho las oculta y disimula cuando son de arma blanca, porque prueban su poca destreza, y Facundo, fiel a estas ideas de honor, jamás recordó la herida que Dávila le había abierto antes de morir. Aquí termina la historia de los Ocampos y Dávilas, y de La Rioja también. Lo que sigue es la historia de Quiroga.

Como ya consigné, don Diego Maldonado y Dávila recogió y coleccionó en un tomo las composiciones del doctor Salinas, manuscrito que poseyó Gallardo, y del que da noticias detalladas en su bibliografía.

A don Diego de Bracamonte, a don Enrique Dávila y al licenciado Daza Zimbrón se les condenaba a ser degollados. El cura de Santo Tomó Marcos López sufriría privación del sacerdocio y beneficio, confiscación de la mitad de sus bienes, diez años de galeras y destierro ad vitam; el escribano de número Antonio Díaz, azotes, diez años de galeras y el mismo destierro.