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Por obligar á la música á expresar ideas concretas que sólo está reservado para la poesía, presenciamos con dolor su decadencia. Hay que temer que la preocupación de los fondos no produzca al cabo también una literatura débil y amanerada, como ha sucedido en la pintura. Actualmente en ésta se representan de un modo maravilloso los pormenores, ropajes, muebles, etc.

Todo el libro se reducía a una serie de narraciones de aventuras marítimas y terrestres. Mi tía Úrsula se calaba las antiparras y leía con gran detenimiento alguno de estos relatos, y los comentaba. La mayoría eran breves, y estaban redactados en una forma tan amanerada, que yo no me enteraba de su sentido.

Prefiero la antigua y gallarda letra española.... Pero, en fin, la de usted es clara y hermosa. ¡Esta letra inglesa tan amanerada y presumida! Y después de un rato de silencio: Ya sabe usted: viernes o sábado.... Vendré por acá.... No; yo le llamaré a usted. Entiendo que no le caí mal a Castro Pérez. Así me lo dijo dos días después el bueno de don Román.

Todas estas comedias de la edad más provecta de Calderón, por la pureza del estilo y por el mayor esmero con que se distinguen sus varios personajes, son, sin duda, superiores á las demás obras suyas que les precedieron; pero en cambio, á nuestro juicio, no se muestra tan vigorosa esa frescura juvenil y esa animación propia de las demás, notándose á veces como cierto cansancio y repetición amanerada de motivos dramáticos manoseados.

Las facciones eran bien modeladas, hermosas y finas en todas sus líneas, y cuando se dirigió a su padre, para preguntarle qué había sucedido, noté que no era una simple criatura hija de los caminos, sino, al contrario, una niña sumamente inteligente, bien amanerada y de buena educación.

Desde Orosmane, que es una imitación amanerada de Otelo, hasta Pangloss, que es una contraprueba borrosa de Panurgo, no ha hecho mover una imagen verdadera, una imagen típica de hombre. Se creería que se había impuesto la tarea de disfrazarla, de parodiarla. Sus güebros no son tales güebros, sus escitas no son escitas, sus musulmanes no son musulmanes, sus americanos no son americanos.

Pero ella quería escribirle; de palabra no se atrevía a decir ciertas cosas íntimas, profundas; además no podía decirlas; y sobre todo, la retórica, que era indispensable emplear, porque a ideas grandes, grandes palabras, le parecía amanerada, falsa en la conversación, de silla a silla.

Era el rostro el de un anémico; la expresión amanerada del gesto anunciaba una idea fija petrificada en aquellos labios finos y en aquellos pómulos afilados, como gastados por el roce de besos devotos. Sin detenerse pasó el Magistral junto a la puerta de escape del coro; llegó al crucero; la valla que corre del coro a la capilla mayor estaba cerrada.