United States or Trinidad and Tobago ? Vote for the TOP Country of the Week !


Los muchachos celebramos el cataclismo como un acontecimiento fausto, corríamos por los pasillos brincando de alegría, nos comunicábamos en voz baja noticias a cual más estupendas, y mirábamos por los balcones lo que pasaba en la calle, cuando la vigilancia de los superiores lo consentía.

Anita, que es muy lista, bien lo nota y se ríe de ellos; si no los despide de una vez es porque a todas las mujeres, hasta las más sensatas, les gusta tener una corte de adoradores... aunque sean unos tontos, ¿sabes?... Pero ya se irán cansando... ¿Has reparado los pantalones de don Ladislao el catedrático?... lo mismo que unas sayas... Anita y yo nos mirábamos y apenas podíamos contener la risa; ¡pobre señor!... El coronel no es feo, pero tampoco sabe llevar con gusto nada... ni las patillas

Actualmente me alegro de volver á encontrar el «gran agujero» y hasta me atrevo á descender por él aunque para ello tenga que asustar á los animales que se refugian en su maleza. Pero en otro tiempo, ¡con qué horror mirábamos, cuando niños todavía, se cruzaba en nuestro camino este siniestro pozo en cuyo borde se detenía el arado!

La tía Úrsula la repartía, mientras nosotros, los chicos, mirábamos si a alguno le daban más que a los otros, para protestar. Mis primos solían contar cosas de los teatros y circos de la corte; pero, la verdad, esto no me llamaba la atención. Lo que me atraía era el mar. Miraba con envidia los chicos descalzos del muelle.

La inquieta expectación; la opaca y misteriosa media luz del sótano, cerniéndose de una manera fantástica sobre el bulto disforme de una deidad china en el fondo; el somnoliento aroma del opio mezclado con el olor de especias y la incertidumbre de lo que realmente estábamos esperando, nos sobrecogían con estremecimientos de instintivo temor: nos mirábamos unos a otros con forzada sonrisa.

Por delante de nosotros desfilaron las tropas de Vedel, en número de nueve mil trescientos hombres, y dejando sus armas en pabellón, nos entregaron muchas águilas y cuarenta cañones. Les mirábamos y nos parecía imposible que aquéllos fueran los vencedores de Europa.

Un gran pino, desbranchado por sus choques contra las piedras, rodaba pesadamente por el charco. Jóvenes y muy ignorantes aún de las cosas de la naturaleza, mirábamos con extrañesa los sobresaltos é inmersiones del destrozado árbol.

La Condesa continuó su relato, al día siguiente, en estos términos: »Mi tío había salido del aposento; Teobaldo y yo nos mirábamos aún asombrados del suceso, sin que pudiéramos darnos cuenta de una aventura que creíamos sobrenatural; porque excepto mi preceptor, que acababa de llegar, nadie entendía el alemán en el castillo, incluyéndome a , que hacía un año lo estaba aprendiendo.

Nuestra gran contrariedad consistía en que nos separaba de él una masa enorme de gente que nunca acababa de salir; así es que, cuando llegamos abajo, en vano mirábamos a todos lados. D. Paco no estaba. Hacíamos preguntas a todos, pero nadie nos daba razón satisfactoria. Quién decía; «le han llevado adentro»; quién «le han llevado afuera».

Los suizos y los soldados de línea no estaban tan engreídos como nosotros los paisanos, que creíamos haber asistido a la más grande y gloriosa acción de los modernos tiempos. Mirábamos con desdén a los que quedaron de reserva, y al contarles lo que pasó, hacíamos subir a cifras fabulosas el número de franceses segados por nuestros cortadores sables en la refriega.