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El deber, un deber penosísimo, le obligaba a desatar el lazo que con tal anhelo aspiraba a hacer indisoluble. Godofredo guardaba silencio sobre la naturaleza del deber que le obligaba a faltar a su palabra. La carta cayó como una bomba sobre la familia Sánchez.

¿Por qué me palpas, abuelo? ¡Si no tengo nada en la cabeza!... No me he caído. ¡Oh, !... ¡Aquí está! ¡aquí está! exclamó con expresión concentrada de rabia y de dolor el ingenioso Sánchez. ¡No, no! ¡No hay nada! De veras no tengo nada, abuelito.

El médico no estaba en el pueblo. En su lugar vino el albéitar. Los sabios antropólogos dieron un paso atrás, abriendo los ojos desmesuradamente al ver entrar al Pollo. ¿Quién es ese hombre? preguntó D. Pantaleón a un clérigo. ¿Quién ha de ser? El albéitar. Los dos sabios se miraron uno a otro largamente, con sorpresa por parte de Sánchez, con sorpresa y reconvención por la de Moreno.

El ingenioso Sánchez paseó tranquilamente sobre ellos sus ojos opacos, reflexivos, donde se leía constantemente la concentración profunda de un cerebro positivo, y dijo sin advertir siquiera la indignación de aquellos hombres-niños: ¿Y por qué es un acto inmoral? Porque ataca los fundamentos mismos de la moralidad. ¿Y cuáles son los fundamentos positivos de la moral?

Llegó a pensar en estas perplejidades si Moreno estaría afiliado a la secta de los anarquistas, y fuese la hora destinada para reunirse y concertar sus planes siniestros de destrucción. Y andaba receloso y observándole; porque Sánchez era un revolucionario del pensamiento nada más y no le hacía gracia alguna hallarse complicado en el asunto de los explosivos.

En alas de su genio, Sánchez había volado de golpe a regiones donde el pobre Moreno, a pesar de su aplicación asidua, no llegaría jamás.

Autos de Rojas, Moreto, Mescua, Godínez, Felipe Sánchez, Diego Ramos del Castillo, Guevara y Antonio del Castillo, se encuentran en el tomo Autos sacramentales y al Nacimiento de Christo con sus loas y entremeses, recogidos de los mejores ingenios de España: Madrid, 1675.

Algunos medicamentos recetados por el doctor calmaron en pocas horas el terrible acceso de Sánchez. Se le quitó la camisa de fuerza. Siguiose un estado de grave postración; se temió por su vida. Pero a los pocos días se inició la mejoría; no tardó en ponerse bueno, aunque disparatando cada vez más. Su locura tomó un aspecto apacible.

Conocía el carácter de su gigante: pocas rachas, pero buenas, como él decía. Sólo muy de tarde en tarde, le había visto perder la serenidad y enfurecerse; pero guardaba un vivo recuerdo de sus arrebatos. Cuando subió el capitán Iriondo, encontró á Sánchez Morueta paseando casi á saltos por el despacho, como una bestia enjaulada, las manos atrás y la cabeza baja.

D. ANTONIO SANCHEZ MU