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Actualizado: 20 de mayo de 2025


El despacho de los ingenieros en los altos hornos de Sánchez Morueta, ocupaba el segundo piso de un edificio de moderna construcción, con las paredes exteriores ennegrecidas por el humo de las chimeneas que se alzaban entre aquél y la ría.

Al cabo se dibujó una significativa sonrisa en los labios de Moreno y profirió, dando a sus palabras marcada intención irónica: ¿Y qué me dice usted del gran judío? ¿Quién? preguntó Sánchez sin comprender. ¿Quién ha de ser? El judío de Nazareth. ¡Ah! Jesucristo... ¡Oh! ¡oh! ¡oh!... D. Pantaleón fue atacado instantáneamente de una risa convulsiva. Aquello realmente era cosa perdida.

En estos comentarios, que fueron escritos a fines del año 18 y comienzos del 19, el lector verá algunos nombres propios: Maura, Cierva, Dato, Sánchez de Toca, Romanones... Lo probable es que semejantes nombres no varíen, o bien porque sus titulares vivan indefinidamente, o bien porque, al morir, le dejen la herencia política a sus hijos.

Moreno y Sánchez se saludaron cortésmente. Ni uno ni otro podían sospechar en aquel momento lo que tal saludo iba a representar en la historia del progreso humano. Cambiadas algunas palabras indiferentes, Sánchez se quiso enterar de lo que Moreno hacía.

Cuando se levantó por la mañana tenía las mejillas enrojecidas, los ojos brillantes, todo el cuerpo en tan ágil disposición, que su digna esposa quedó, al verle entrar en el comedor, no poco sorprendida. La sorpresa fue en aumento cuando Sánchez, después de tomar el desayuno, en vez de retirarse a su gabinete para terminar concienzudamente la lectura de La

Confieso que la unánime y entusiasta aprobación, diré mejor, la alabanza sin restricciones que ha coronado a Pedro Sánchez, ha sido para , como para su autor, una verdadera aunque agradable sorpresa. Era la primera vez que Pereda abandonaba aquel su «huerto hermoso, bien regado, bien cultivado, oreado por aromáticas y salubres auras campestres», como dijo de perlas Emilia Pardo Bazán.

De todos modos, le agradezco en el alma que haya contado conmigo... Demasiado que es pura galantería, pero lo agradezco... Vamos ahora a lo más principal, mejor dicho, a lo único principal que hay en este negocio. ¿Quién se lo dice a Sánchez? ¿Quién le pone el cascabel al gato? Mamaíta, díselo manifestó Carlota, cuyas mejillas no habían perdido su vivo color rojo.

Hace poco, cuando venía hacia aquí, tropecé en la carrera de San Jerónimo a tu amigo Morel. Me para y me pregunta, mientras se dibuja en sus labios una sonrisa de lástima: «¿Ha leído usted el libro de Sánchez Abellán...? ¡Qué extravagancia! ¡Qué majadería! Imposible llegar más allá en el arte de disparatar.

Oiga usted, amigo dijo al cabo con mal humor un presbítero que reventaba de gordo y se había quitado el alzacuello para comer mejor. ¿Es usted el encargado de las cédulas personales? Sánchez le miró estupefacto. ¿De las cédulas?... No, señor.

La señora y el caballero, acompañados de un escribano y de numeroso público, acudieron al templo donde había de verificarse el extraño juício, consintiendo en aquella prueba el seductor, pues, como dice Sánchez Gordillo: «Al caballero le pareció que así no le había de convencer, porque la imagen no había de contestar por milagro

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