United States or Israel ? Vote for the TOP Country of the Week !


El diablo me echó delante al sargento mayor don Juan de Guzmán. ¡Que os encontrásteis anoche á don Juan de Guzmán! dijo con asombro el duque . ¡Bah! ¡imposible! ¡no puede ser! ¡vísteis visiones! No vi, tropecé; y como llevaba la daga de punta, porque eran malos sitios, mala hora y mala noche, sin quererlo, sin pensarlo, le maté. ¡Ah!, ¡matásteis... al sargento mayor!...

Animado con esta reflexión, cogí la pluma y ya iba a escribir nada menos que un elogio de todo lo que veo a mi alrededor, el cual pensaba rematar con cierto discurso encomiástico acerca de lo adelantado que está el arte de la declamación en el país, para contentar a todo el que se me pusiera por delante, que esto es lo que conviene en estos tiempos tan valentones que corren, pero tropecé con el inconveniente de que los hombres sensatos habían de sospechar que dicho elogio era burla, y esta reflexión era más pesada que la anterior.

Bartolo dejó escapar un bufido dubitativo. ¿Qué gruñes , burro, qué gruñes? exclamó Quino con rabia. ¿Acaso piensas ponerte delante de Toribión? No sería la vez primera. Quino y Celso cambiaron una mirada y sacudieron la cabeza entre irritados y alegres. No sería la vez primera repitió Bartolo sin advertirlo. Una noche que fuí á cortejar á Muñera tropecé con él cerca de Puente de Arco.

Eso me lo sabía yo de corrido dijo Agapo, ¡las veces que le he visto en la calle Florida detrás de ella! y una tarde, al salir de casa de mi señor hermano, tropecé en la acera con Quilito, y cuando doblaba la esquina vi a Susana en el balcón... Que ellos se entienden, no hay duda. Si esto es una fatalidad exclamó misia Casilda, va a ser un semillero de disgustos para nosotros.

Yo iba á casa del duque de Lerma con una carta de la duquesa de Gandía para el duque, que me había dado la condesa de Lemos, con quien tropecé cuando iba al alcázar en busca del cocinero mayor... de modo que, válame Dios y qué rastra suelen traer las cosas; ahora se me ocurre que el buen rey don Felipe el II tiene la culpa de mi encontrón con la condesa de Lemos. ¡Pardiez, no atino!

Al salir a los corredores me tropecé de frente con el Naranjero, de quien ya no me acordaba más que de la muerte; bien es cierto que el Naranjero y la muerte eran para términos idénticos. Me parece que los colores que el calor y los aplausos habían puesto en mis mejillas debieron de bajar mucho de repente. Sin embargo, fue por poco tiempo.

Era para como un primer amor, con todo el encanto dignificante que un idilio virginal tiene para el hombre hecho, que después amó cien veces... Si usted es querido alguna vez como yo lo fuí, y ultraja como yo lo hice, comprenderá toda la pureza viril que hay en mi recuerdo. Hasta que una noche tropecé con ella.

Todavía recuerdo una noche en que sentado en la butaca de un teatro escuchando cantar cierta ópera me preguntaba el amigo que tenía á mi lado: «¿Te gustaNo le respondí con rabia; preferiría ahora estar sentado debajo del corredor emparrado de mi casa oyendo ladrar los perros». También recuerdo otra noche en que al salir del café y retirarme á casa tropecé con tres hombres que iban cantando una de nuestras baladas más conocidas, la del galán d'esta villa.

Sonrió al verme y me habló en voz baja y con grande trabajo. Iban a ponerle una cantárida, y me salí. En el corredor tropecé con Olóriz, que daba paseos por delante de la puerta, atusándose la barba con mano convulsa.

Hace poco, cuando venía hacia aquí, tropecé en la carrera de San Jerónimo a tu amigo Morel. Me para y me pregunta, mientras se dibuja en sus labios una sonrisa de lástima: «¿Ha leído usted el libro de Sánchez Abellán...? ¡Qué extravagancia! ¡Qué majadería! Imposible llegar más allá en el arte de disparatar.