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Pensó que no quería quedarse a solas con él por miedo a las recriminaciones. Y resolviéndose de pronto dijo con cierta aspereza: Pues bien, el objeto de mi visita ya debes suponerlo. Godofredo le miró con ojos de asombro, tan dulces y candorosos que su irritación se calmó un poco. No quiero que supongas añadió evitando su mirada que nadie me envía a ti.

Mario tomó parte también muy viva en su pesar. Con él desahogó su pecho la dolorida niña, comunicándole las sospechas que agitaban su alma. Créeme, Mario, Godofredo está muy engreído. Tanto le adulan por lo bien que escribe, tantos piropos le echan las condesas y las duquesas con quienes trata, que ha llegado a despreciarnos.

Al pobre Mario, poco diestro y menos aficionado a las polémicas, no se le ocurrió nada para combatir las teorías del presbítero. Las dio por buenas guardando silencio. Sintió malestar indecible y pesar de haber venido. Godofredo se apresuró a cambiar de conversación. Se habló de los amigos del café; le hizo mil preguntas acerca de él mismo, enterándose con vivo interés de su niño.

Godofredo, por su temperamento suave y dócil, se acomodaba admirablemente a estas tendencias. Todas las tardes, sin dejar una, venía D. Jeremías a buscar a Godofredo para salir de paseo, y todas las mañanas, sin dejar una tampoco, iba Godofredo a oír la misa que D. Jeremías decía en San Ginés.

Nuestros sabios quedaron sorprendidos al ver entre estos últimos a su joven amigo Godofredo Llot. A Moreno le hizo extremada gracia, y se propuso sacar mucho partido cuando fuese por el café. A D. Pantaleón no le hizo tanta por las relaciones especiales que entre ellos habían existido.

Despues de eso, echad una ojeada á la Plaza-Real, donde se ostenta la magnífica estatua ecuestre de Godofredo de Bouillon; al elegante y suntuoso Parque, cerca del cual se ve la noble estatua consagrada al general frances Belliard, en memoria del reconocimiento de la independencia belga; á la pequeña Plaza del Congreso, donde se alza la soberbia columna de la Constitucion, desde la cual se contempla un magnífico panorama, y á la «Plaza de los mártires», en la parte baja de la ciudad, donde está el sencillo y muy curioso monumento consagrado á la memoria de los patriotas que sucumbieron en 1830 peleando por la independencia y la libertad.

El pobre Godofredo se sintió tan abatido que, mientras miraba con espanto a su amigo, algunas lágrimas brotaron a sus ojos y resbalaron por sus tersas mejillas. Nadie lo advirtió, embebidos como estaban en la disputa. Mas cuando Moreno, en un rapto de feroz incredulidad, gritó que para él nuestro Redentor no era más que un judío exaltado, dejose oír un sollozo. Todos volvieron la cabeza.

Godofredo tenía numerosos amigos en el clero de Madrid, alto y bajo. Era el niño mimado de las sacristías. Pero con quien mantenía amistad más estrecha era con cierto presbítero pálido, delgado, huesudo y miope llamado don Jeremías Laguardia.

No hay en todo el condado quien pueda pretender nobleza cual la mía. Excepto yo, repuso Roger, que soy también descendiente directo de Godofredo de Clinton y de todos los señores que ha tenido Munster en los últimos tres siglos. Aquí está mi mano, continuó sonriendo; no dudo que ahora me daréis la bienvenida. Somos las dos únicas ramas que quedan del noble y antiguo tronco sajón.

Este venía delante con faja de capitán general sobre el arlequinado traje, y tan estirado, satisfecho y orgulloso, que no se cambiara por Godofredo de Bouillón entrando triunfante en Jerusalén. Ni él ni los demás llevaban corazas, pero cruces en el pecho; y en cuanto a armas, cuál llevaba sable, cuál espadín de etiqueta.