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No podía sufrir las miradas y las alusiones de doña Cinta. Y como si no tuviese bastante con esta emoción, recibía horas después la noticia del mal estado de su capitán, lo que le obligaba á emprender el viaje á Marsella inmediatamente.

Aunque en esta ocasión se mataban pocas perdices, Gonzalo apetecía su compañía como la de un agradable y simpático camarada. La joven nunca se confesaba fatigada; pero él, adivinándolo en su marcha vacilante, daba el alto, la obligaba a sentarse, y se hacía el distraído charlando, a fin de que durase más el descanso.

En vez de recibirla de través, maniobramos para cogerla de frente, o, por lo menos, en un ángulo lo más acentuado posible. Esta maniobra de defensa nos obligaba a inclinarnos y a perder el rumbo.

En ciertos cuadros de Rafael hay algunas que pueden dar idea de la de nuestra dama. La expresión predominante de su rostro en aquel momento era la de un orgulloso desdén. A esto contribuía quizá la luz del sol, que le obligaba a fruncir su frente tersa y delicada. Hay que confesarlo; en aquel rostro no había dulzura.

Una mañana se hizo trasladar en su coche al palacio de Requena. Pasmo del portero al abrir la verja y encontrarse con la señorita Clementina, y visible alegría también. Porque, aunque no era tan llana como la ex florista ni tan pródiga, el sentimiento de justicia obligaba a los criados del duque a despreciar a ésta y respetar a aquélla.

A más de eso, el señor de Lerne, después de haber cavilado dos o tres días, acabó por decirse que él debía una visita a la señora de Maurescamp. ¿Por qué quería ella casarlo? ¿Qué misterio era aquél? En todo caso, era una muestra de interés por su persona que lo obligaba a una demostración de agradecimiento. Por consiguiente, fue una tarde a su casa al azar, a eso de las cinco.

Era pacífico por naturaleza y de un temperamento tan conciliador, que nadie podía venir á las manos con otro en su presencia: en seguida saltaba hecho una furia sobre los contendientes, y los obligaba á separarse con grave detrimento de sus pantalones, cuando no de las pantorrillas.

La innata debilidad de su carácter le obligaba a callar una noticia que muy pronto había de difundirse. Tenía miedo a la curiosidad pública, a las preguntas, a que en el rostro le adivinasen las causas de tal resolución. Y temblaba y se entristecía profundamente cada vez que, como ahora, le tocaban este punto. Hasta entonces no se había traslucido nada.

Este tan grande embelesamiento dió lugar a Cortado que concluyese su obra, y sutilmente le sacó el pañuelo de la faldriquera, y despidiéndose del, le dijo que a la tarde procurase de verle en aquel mismo lugar, porque él traía entre ojos que un muchacho de su mismo oficio y de su mismo tamaño, que era algo ladroncillo, le había tomado la bolsa, y que él se obligaba a saberlo, dentro de pocos o de muchos días.

El verdadero observador comprendería, no obstante, al oírlos disertar en las tertulias de las tiendas y en los corrillos de la calle, que sólo el amor, acaso demasiado ardiente, a la justicia les obligaba a minorar los méritos de su convecino y renunciar de este modo generosamente a la parte de gloria que en ellos pudiera refluir por este concepto. El matrimonio de Granate causó profundo estupor.