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Actualizado: 4 de junio de 2025


Y Rafael, para ir a casa de la cómica, se ocultaba como en su época de niño, cuando robaba fruta en los huertos; marchaba por sendas y ribazos al abrigo de los setos, y la vista de una hortelana o de un muchacho le obligaba a pesados rodeos.

Usted, señor cura, conocía a mi pobre tía, y aunque no quisiera decir nada que pareciese un reproche a su memoria, sabe, sin embargo, que era severa, y, a veces, hasta un poco gruñona. Detestaba el ruido y el movimiento y me obligaba a estar inmóvil y muda a su lado, cuando tanto hubiera yo querido moverme y hablar. Decía que hay que saber aburrirse, porque la vida no es una expedición de placer.

JARIFA. Pues a me parecía Que a nuestros amores llanos Obligaba el ser hermanos, Y que otra causa no había. ABIND. Sola esa rara hermosura A me pudo obligar, Ese ingenio singular Y esa celestial blandura, Esos ojos, luz del día, Esa boca y esas manos; Porque esto de ser hermanos, Antes me ofende y resfría.

Alborotábanse los peinados en el hueco de una puerta, en una encrucijada de corredores, al pasar de una banda a otra, dejando al descubierto los artificios y retoques de los añadidos, lo que las obligaba a preservar estos secretos capilares bajo un turbante de gasas.

Y al pensar esto, mirándose al espejo, mientras se lavaba y peinaba, De Pas sonreía con amargura mitigada por el dejo de optimismo que le quedaba de sus reflexiones de poco antes. Estaba desnudo de medio cuerpo arriba. El cuello robusto parecía más fuerte ahora por la tensión a que le obligaba la violencia de la postura, al inclinarse sobre el lavabo de mármol blanco.

Este proceder tan digno, le obligaba a él a usar de generosidad, no mentando en la conversación el nombre de la infiel, que en sus labios sólo podía ir acompañado de un epíteto injurioso. Pablito no se los escatimaba. Pero él comprendía muy bien que no debía seguirle. Mira, mañana a primera hora, te vas a Sarrió y llevas unas cartas que yo te daré, a Alvaro y don Rudesindo.

Veinte dias estuvo el rey Católico acompañando á Doña Juana, en los cuales estuvo menos mal; pero despues que se la obligaba á ejecutar lo pactado por su padre, se apoderaba de ella una furia tan grande, que nadie podia permanecer á su lado.

Por las noches, después de la función, le llevaba á su casa, y allí le obligaba á sacudir el sueño y á meditar sus «papeles». Lafontaine se rebelaba, juraba á grandes voces que él no «podía sentir así», que su ademán era otro; quería marcharse... Pero Frédérick le dominaba con su experiencia y le imponía el grillete de su voluntad. Esto se dice así repetía, nada más que así.

Pues en estas y otras cosas, llegué a tener conocimiento con una persona que me manifestó tanto interés, tanta consideración.... Yo no sabía cómo pagarle, y decía: «Es una desgracia para no tener algo de gran valor que ofrecer a este hombre generoso». ¡Qué lejos estaba entonces de suponer que mi hombre generoso, mi segundo padre había de querer cobrarse sus beneficios de un modo que me obligaba más a la gratitud!

Pero acaso fuesen éstas vanas cavilaciones, y quizás soñaba también al imaginarse que, a la mesa, don Pedro seguía continuamente la dirección de sus ojos y acechaba sus movimientos. Esto le fatigaba tanto más cuanto que un irresistible anhelo le obligaba a mirar a Nucha muy a menudo, reparando a hurtadillas si estaba más delgada, si comía con buen apetito, si se notaba algo nuevo en sus muñecas.

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