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Menester es confesarlo: es infundada, es injusta la acusación de los impíos. No vino la doctrina de Cristo a condenar o a endiablar la naturaleza. Los tres enemigos capitales de esa doctrina no tienen menor influjo, jurisdicción y mando en el reino del espíritu que en el de la materia. También siguiéndolos pueden las gentes ser espirituales.

Para todo esto, fuerza es confesarlo, tiene un poderoso auxiliar en Pepita Jiménez, cuya devoción y natural compasivo siempre está él poniendo por las nubes. El carácter de esta especie de culto que el vicario rinde a Pepita, va sellado, casi se confunde con el ejercicio de mil buenas obras; con las limosnas, el rezo, el culto público y el cuidado de los menesterosos.

Aquí no podía menos de sonreírse Juanita, a pesar de lo fastidiada que estaba, y luego proseguía: «Cierto que yo no soy mala y que amo a Dios sobre todas las cosas y que me complazco en darle adoración y culto; pero también, ¡qué diantres!, ¿por qué no confesarlo?, también me amo y me doy culto a misma. Quizá sea pecado.

Me avergüenzo de confesarlo; pero el caso es que la Muerte vino a buscarme y me tentó en la forma... ¿cómo decirlo?... de un juego de naipes, ¡el bridge! Supondréis que fui un jugador desgraciado, que perdí mi fortuna, mi crédito, lo que tenía y lo que no tenía, y que me resuelvo a suicidarme por no sobrevivir a la deshonra de mi bancarrota... ¡Nada de eso!

Ya no podía ser para ella más que un simple amigo como cualquier otro hombre; todos los pensamientos de amor estaban excluidos, toda esperanza de felicidad abandonada. Jamás la había yo pretendido por su fortuna, eso puedo confesarlo honradamente.

Lucrecia, según sus cartas a Alejandro, no estaba resentida con él por las disposiciones testamentarias de sus hermanos mayores. Lo conceptuaba natural: los había disgustado a todos por una calaverada que por casualidad le había salido bien. Lo conocía al fin, y se complacía en confesarlo.

Un cura guapo, había que confesarlo...». Y entonces, los ojos apagados del elegante Mesía brillaron al clavarse en el Magistral que sintió el choque de la mirada y la resistió con la suya, erizando las puntas que tenía en las pupilas entre tanta blandura.

Los modernos en lugar de quitar esta confusion, por lo comun la han aumentado, como ha de confesarlo qualquiera que esté bien enterado de lo que llevamos propuesto, y los lea sin preocupacion, lo qual es causa de haberse escrito entre muchas Lógicas muy pocas que sean exâctas.

¿No está usted fatigada, señorita? No, no; adelante. Pronto concluiremos; faltan solamente tres cargas. Aunque no quería confesarlo, se hallaba horriblemente fatigada. Sus hermosos brazos, que se trasparentaban dentro de la bata sutil que los cubría, se iban moviendo cada vez con menos soltura: tenía la boca entreabierta y respiraba aceleradamente.

Hay que confesarlo, porque es la pura verdad, los únicos progresos literarios y científicos del colegio de la Merced se hacían en estos días de crisis monetaria. La llegada de Miguel no causó efecto alguno, ni en profesores, ni en discípulos: un niño más, y bien atrasadito por cierto.