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En cuanto le ha visto, le ha adivinado el mal. Pero, claro, es un mal en que él no puede hacer nada. En los ojitos apagados de misía Melchora tiemblan dos lágrimas. ¿Y ella? preguntó. Pues ahí está el cuento. No le ha desairado del todo. Pero no le hace tanto caso como al principio. Ahora parece que le rehuye. ¿Qué pretenderá esa niña? No tiene en qué caerse muerta y...

Cabeza pelada, con las arrugas de la vejez a lo largo de la nariz; frente genial de imbécil y ojos apagados; porte exquisitamente correcto. Soy la señorita Jessy Loudon; me envía a usted la señorita Marjorie Daw, su discípula...

Todos estaban marcados con un sello de decrepitud, que obligó a la condesa de Cotorraso a decir de pronto: Aquí, al parecer, no trabajan más que los viejos. El director sonrió. Parecen viejos; pero no lo son, señora. ¡Pero si todos tienen la piel arrugada, los ojos hundidos y apagados!... No importa; ninguno de ellos llega a cuarenta años. Los que trabajan aquí son mineros que ya no pueden bajar.

En estos rincones pacían algunos rebaños de ovejas panzudas, de largas lanas, dando con sus esquilas una nota de calma pastoril á aquel paisaje desolado que parecía recién surgido de una catástrofe geológica. El camino bordeaba la profunda zanja de una cantera. Era como uno de esos cráteres apagados, en los que muestra el planeta la intensidad de sus convulsiones.

Larga hilera de gente seguía atrás, levantando murmullo de rezos apagados por el lloriqueo rítmico del violín o la nota opaca y rotunda del tambor. En esta hilera de cabezas sumisamente agachadas, que bajaban formando en el flanco de la montaña como una cinta negruzca, de vez en cuando se iluminaba con el claror del crepúsculo una cara que miraba al cielo con los ojos ensoñados.

Llevaos las velas añadió. El señor os las regala para que vuestras familias las guarden como recuerdo. Los trabajadores comenzaron a desfilar ante Dupont, con sus cirios apagados. Muchas gracias decían algunos, llevándose la mano al sombrero. Y el tono de su voz era tal, que no sabían los que rodeaban a Dupont si éste llegaría a ofenderse.

Todos miraban en la misma dirección, y Gillespie se creyó autorizado para volver la cabeza en idéntico sentido. Entonces vió, como á dos metros de su rostro, un gran vehículo que acababa de detenerse. Este automóvil tenía la forma de una lechuza, y los faros que le servían de ojos, aunque apagados, brillaban con un resplandor de pupilas verdes.

repuso Nébel abriendo los ojos la señora de Arrizabalaga... Ella vió la sorpresa de Nébel, y sonrió con aire de vieja cortesana que trata aún de parecer bien a un muchacho. De ella, cuando Nébel la conoció once años atrás, sólo quedaban los ojos, aunque más hundidos, y apagados ya. El cutis amarillo, con tonos verdosos en las sombras, se resquebrajaba en polvorientos surcos.

No me hables de ellas.... ¡Valientes imbéciles! Ni en las aleluyas del mundo al revés.... Se visten como los hombres, con lanilla inglesa; van feas como demonios con esos colores de enterrador, apagados, sombríos; y en el verano gastan, cuanto más, percal de tres reales, con lo que creen ir tan elegantes. ¡Oh, aquellos tiempos míos!

En el océano Pacífico hay muchos volcanes apagados y sumergidos desde tiempos remotísimos, separados de los nuestros por millones de millones de años. Algunos de estos volcanes llegan con sus cimas casi hasta la misma superficie del mar. Los pólipos coralíferos ocupan esa cima y comienzan su construcción, elevándola gradualmente.