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Actualizado: 9 de junio de 2025
Referidas estas historias por D. Acisclo, fuerza es confesarlo, aparecían grotescas en los pormenores. Por dicha, el P. Enrique escribía a su tío tres o cuatro veces al año, y el tío se deleitaba en que doña Luz le leyese las cartas en alta voz.
He oído con la debida atención dijo la muchacha todo lo que acabas de decirme, y te confieso que estoy atribulada y amedrentada. ¿Y cuál es la causa, hija mía, de tu tribulación y de tu susto? Pues..., fuera vergüenza...; a ti, que eres mi guía, debo confesarlo todo. Tus consejos y advertencias de hoy vienen ya tarde.
Adalberto, ¿no tienes noticias de Roberto? preguntó con voz ruda y metálica, que debía penetrar hasta en los menores rincones de la casa. La pregunta pareció desagradar al anciano, quien movió la cabeza como si hubiera querido rechazarla lejos; ella turbaba su quietud matinal. Un hijo muy afectuoso, hay que confesarlo continuó ella, y su amarga sonrisa se acentuó aún más.
Lo pasado ya no tiene remedio. De lo pasado no debiera hablarse si no encerrara una lección y un escarmiento para el porvenir. Menester es confesarlo. En el aislamiento de España hay de nuestra parte no pequeña culpa.
Yo tengo muchos, pero no miro á uno siquiera. Pococurante, ántes de comer, mandó que le dieran un concierto: la música le pareció deliciosa á Candido. Bien puede este estruendo, dixo Pococurante, divertir cosa de media hora; pero quando dura mas, á todo el mundo cansa, puesto que nadie se atreve á confesarlo.
Y tan intensamente me embebí en mi contemplación, que me llevé conmigo su imagen hermosa y entera, sin faltar un hilo de sus cabellos ni una ondulación de la seda que vestía su cuerpo y corrí a encerrarme con ella, alborozado, como el artista que en alguna obscura tienda, entre polvo y trastos, descubriese la Obra sublime de un Maestro perfecto. Y ¿por qué no confesarlo?
Llevaba yo un revólver en el bolsillo. ¿Para qué? Si hubiera disparado los seis tiros que tiene, ninguno hubiera dado a mi enemigo. No sé tirar, y además me temblaba la mano. Todo yo estaba convulso. »Además, ¿por qué no confesarlo? Creo que yo no sería capaz de matarle, aunque le hallase dormido y pudiese poner a mansalva el cañón del revólver en una de sus sienes.
Así habló el tío Goro de Canzana, y el coro de viejos y viejas que le escuchaba aplaudió calurosamente su discurso. Sin embargo, el anciano capitán sudaba ya por todos los poros del cuerpo. Sus fuerzas mermaban á ojos vistas. Mas antes que confesarlo hubiera caído exánime á los pies de su pareja.
Bajo las cocas argentinas de la solterona se deslizó una débil sonrisa. Tranquilícese usted, señor conde, al menos en cuanto a la última dijo con sencillez. He amado mucho, apasionadamente, puedo confesarlo a mi edad... Pero el hombre a quien he amado no es usted.
De todo aquello resultaba una gran injusticia no sabía de quién, un dolor irremediable que ni siquiera tenía el atractivo de los dolores poéticos; era un dolor vergonzoso, como las enfermedades que ella había visto en Madrid anunciadas en faroles verdes y encarnados. ¿Cómo había de confesar aquello, sobre todo así, como lo pensaba? y otra cosa no era confesarlo».
Palabra del Dia
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