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Actualizado: 9 de junio de 2025


Sentía un deseo terrible de entrar en el asunto y al mismo tiempo un miedo atroz de las complicaciones que iba á afrontar... ¡Ah! debo confesarlo; sin el ascendiente que tomó sobre Tragomer desde aquella noche, hubiera abandonado la empresa. Pero me impulsó, fuerza es decirlo. Y una vez el dedo meñique en el engranaje, tuvo ya que pasar todo el cuerpo.

Pero abrieron tamaños ojos al ver a Bettina dar lentamente la vuelta alrededor de los cuatro poneys, acariciándolos uno después de otro, suavemente con la mano, y examinando con aire de suficiencia los detalles del tiro... No le disgustaba a Bettina, debemos confesarlo, hacer algún efecto sobre aquella multitud de paisanos azorados.

Ella, sin embargo, negaba a cada uno de sus amantes todas sus relaciones anteriores, menos las de Mesía. Eran su orgullo. Aquel hombre la había fascinado, ¿para qué negarlo? Pero sólo él. Era viuda y jamás recordaba al difunto; parecía la viuda de Alvarito; «¡era su único pasado!». Aquella tarde estaban guapas las dos; era preciso confesarlo. Por lo menos Paco Vegallana lo confesaba ingenuamente.

No se crea por lo dicho que acuse yo al señor Ortiz de Pinedo de crear personajes exageradamente malos. El peor de cuantos en La sima figuran tiene en el mundo, fuerza es confesarlo, modelos más viciosos, más perversos y más ruines. No peca, pues, el Sr.

Don Víctor llegó a reconocer, pero sin confesarlo a nadie, que él era menos enérgico de lo que había creído; «no, no tenía fuerza para oponerse al jesuitismo que había invadido su hogar». ¡Oh, por algo él vacilaba antes de consentir a De Pas apoderarse del ánimo de su esposa!

Con este modo de mirar las cosas no es extraño que todos tuviesen por pretensión exorbitante y por capricho absurdo el afán del Condesito en querer pasar por un amigo devoto o por un adorador petrarquista de doña Beatriz. Alguna disculpa había, fuerza es confesarlo, para tan bellaca incredulidad.

Además, en su vida existía cierto acontecimiento, del que hablaremos más adelante, que le daba razón para odiarlos y temerlos. «¡Los señores! Unos puercos todos, sin vergüenza y sin religióndecía a sus amigas. Andrés, con su proceder comedido, le obligó a rectificar un tanto esta opinión. Pero aunque se mostrase más delicado que los otros, hay que confesarlo, era de la misma pasta.

No hacía más que dar vueltas en torno mío y tirarme cuanto podía de la lengua, a fin de cerciorarse de la verdad del caso, o por ventura para meter su naricita en mis negocios y satisfacer el inmoderado afán de dar consejos que la atormentaba. Como no tenía gran interés en ocultar la derrota, pues ya se había disipado en parte la vergüenza que me produjera, concluí por confesarlo todo.

Sin embargo, en el fondo de su alma aunque no quisiera confesarlo había una leve preocupación, algo que le escocía. Este escozor fue el que le obligó a encaminar sus pasos al Ateneo en vez del café de Fornos. Un célebre crítico de arte estaba dando en aquel centro unas conferencias acerca del pintor Velázquez.

Yo lo creía a usted en la granja, Dutot, prisionero de Alicia. ¿Ha sido abandonado el paseo? Puesto que usted es tan amable que quiere interesarse por mis acciones, señorita, voy a confesarlo todo. Creo que las señoritas de Blandieres, los d'Ornay y sus amigos han pasado la tarde bajo los manzanos; pero, en verdad, no nada. Diré que me preocupo muy poco de ello.

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