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Actualizado: 26 de julio de 2025


Satisfecho ya el capricho, dejé la calle de las Infantas, y me fuí á casa de un amigo. Mas al día siguiente, fuese casualidad ó{15-2} premeditación, aunque es muy probable lo último, acerté á pasar por el mismo sitio á la misma hora. Mi gentil agresor, que estaba de bruces sobre la barandilla del balcón, se puso encarnado hasta las orejas así que pudo distinguirme, y se retiró antes de que pasase{15-3} por delante de la casa. Como V. puede suponer, esto, lejos de hacerme desistir, me animó á quedarme petrificado en la esquina de la primer boca-calle, en contemplación extática. No pasaron cuatro minutos sin que viese{15-4} asomar una naricita nacarada, que se retiró al momento velozmente, volvió á asomarse á los dos minutos y volvió á retirarse, asomóse al minuto otra vez y se retiró de nuevo. Cuando se cansó de tales maniobras, se asomó por entero y me miró fijamente por un buen rato, cual si tratase de demostrar que no me tenía miedo alguno.{15-5} Entonces se generalizó por entrambas partes un fuego graneado de miradas, acompañado por lo que á respecta de una multitud de sonrisas, saludos y otros proyectiles mortíferos, que debieron causar notables estragos en el enemigo.

Satisfecho ya el capricho, dejé la calle de las Infantas, y me fui a casa de un amigo. Mas al día siguiente, fuese casualidad o premeditación, aunque es muy probable lo último, acerté a pasar por el mismo sitio a la misma hora. Mi gentil agresor, que estaba de bruces sobre la barandilla del balcón, se puso encarnado hasta las orejas así que pudo distinguirme, y se retiró antes de que pasase por delante de la casa. Como V. puede suponer, esto lejos de hacerme desistir, me animó a quedarme petrificado en la esquina de la primer boca-calle, en contemplación estática. No pasaron cuatro minutos sin que viese asomar una naricita nacarada, que se retiró al momento velozmente, volvió a asomarse a los dos minutos y volvió a retirarse, asomose al minuto otra vez y se retiró de nuevo. Cuando se cansó de tales maniobras, se asomó por entero y me miró fijamente por un buen rato, cual si tratase de demostrar que no me tenía miedo alguno. Entonces se generalizó por entrambas partes un fuego graneado de miradas, acompañado por lo que a respecta de una multitud de sonrisas, saludos y otros proyectiles mortíferos, que debieron causar notables estragos en el enemigo.

¡Mire usted cómo trabajo! gritaba Pomerantzev a la enfermera, una muchacha bajita, envuelta en una capa de pieles. Estaba sentada en un banco, dando pataditas en el suelo para calentarse los pies, y vigilaba a los enfermos. La naricita se le había puesto encarnada a causa del frío.

Y sin saber por qué, se deleitaba contemplando sus ojos de un verde claro; las mejillas moteadas de esas pecas que el sol hace surgir de la piel tostada; el pelo rubio blanquecino, con la finura flácida de la seda; la naricita de alas palpitantes cobijando una boca sombreada por el vello de un fruto sazonado, y que al entreabrirse mostraba una dentadura fuerte é igual, de blancura de leche, cuyo brillo parecía iluminar su rostro: una dentadura de pobre.

No hacía más que dar vueltas en torno mío y tirarme cuanto podía de la lengua, a fin de cerciorarse de la verdad del caso, o por ventura para meter su naricita en mis negocios y satisfacer el inmoderado afán de dar consejos que la atormentaba. Como no tenía gran interés en ocultar la derrota, pues ya se había disipado en parte la vergüenza que me produjera, concluí por confesarlo todo.

En cambio, la madre recobró su gesto inquisitorial, acogiendo con helada cortesía las grandes demostraciones de afecto del ingeniero. Ha sido para una agradable sorpresa dijo el joven . Yo no sabía que estaban ustedes aquí.... Y por debajo de la naricita sonrosada de miss Margaret revoloteaba una sonrisa que parecía burlarse de tales palabras.

Satisfecho ya el capricho, dejé la calle de las Infantas, y me fui a casa de un amigo. Mas al día siguiente, fuese casualidad o premeditación, aunque es muy probable lo último, acerté a pasar por el mismo sitio a la misma hora. Mi gentil agresor, que estaba de bruces sobre la barandilla del balcón, se puso encarnado hasta las orejas así que pudo distinguirme, y se retiró antes de que pasase por delante de la casa. Como V. puede suponer, esto lejos de hacerme desistir, me animó a quedarme petrificado en la esquina de la primer bocacalle, en contemplación estática. No pasaron cuatro minutos sin que viese asomar una naricita nacarada, que se retiró al momento velozmente, volvió a asomarse a los dos minutos y volvió a retirarse, asomose al minuto otra vez y se retiró de nuevo. Cuando se cansó de tales maniobras, se asomó por entero y me miró fijamente por un buen rato, cual si tratase de demostrar que no me tenía miedo alguno. Entonces se generalizó por entrambas partes un fuego graneado de miradas, acompañado por lo que a respecta de una multitud de sonrisas, saludos y otros proyectiles mortíferos, que debieron causar notables estragos en el enemigo.

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