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Actualizado: 23 de junio de 2025
Satisfecho ya el capricho, dejé la calle de las Infantas, y me fuí á casa de un amigo. Mas al día siguiente, fuese casualidad ó{15-2} premeditación, aunque es muy probable lo último, acerté á pasar por el mismo sitio á la misma hora. Mi gentil agresor, que estaba de bruces sobre la barandilla del balcón, se puso encarnado hasta las orejas así que pudo distinguirme, y se retiró antes de que pasase{15-3} por delante de la casa. Como V. puede suponer, esto, lejos de hacerme desistir, me animó á quedarme petrificado en la esquina de la primer boca-calle, en contemplación extática. No pasaron cuatro minutos sin que viese{15-4} asomar una naricita nacarada, que se retiró al momento velozmente, volvió á asomarse á los dos minutos y volvió á retirarse, asomóse al minuto otra vez y se retiró de nuevo. Cuando se cansó de tales maniobras, se asomó por entero y me miró fijamente por un buen rato, cual si tratase de demostrar que no me tenía miedo alguno.{15-5} Entonces se generalizó por entrambas partes un fuego graneado de miradas, acompañado por lo que á mí respecta de una multitud de sonrisas, saludos y otros proyectiles mortíferos, que debieron causar notables estragos en el enemigo.
Satisfecho ya el capricho, dejé la calle de las Infantas, y me fui a casa de un amigo. Mas al día siguiente, fuese casualidad o premeditación, aunque es muy probable lo último, acerté a pasar por el mismo sitio a la misma hora. Mi gentil agresor, que estaba de bruces sobre la barandilla del balcón, se puso encarnado hasta las orejas así que pudo distinguirme, y se retiró antes de que pasase por delante de la casa. Como V. puede suponer, esto lejos de hacerme desistir, me animó a quedarme petrificado en la esquina de la primer boca-calle, en contemplación estática. No pasaron cuatro minutos sin que viese asomar una naricita nacarada, que se retiró al momento velozmente, volvió a asomarse a los dos minutos y volvió a retirarse, asomose al minuto otra vez y se retiró de nuevo. Cuando se cansó de tales maniobras, se asomó por entero y me miró fijamente por un buen rato, cual si tratase de demostrar que no me tenía miedo alguno. Entonces se generalizó por entrambas partes un fuego graneado de miradas, acompañado por lo que a mí respecta de una multitud de sonrisas, saludos y otros proyectiles mortíferos, que debieron causar notables estragos en el enemigo.
Al cabo de un cuarto de hora, apareció por la boca-calle la berlina con las dos damas. «Hablan de mí, y le está contando cómo pasó el lance... me imita, remedando mi movimiento, cuando la cogí por los brazos... ¿Qué dirán, Dios mío, qué dirán? Me parece oírlas... Que soy un trasto y que me debían mandar a presidio». vi
El placer de los viajes es un don divino: requiere en sus adeptos un conjunto de condiciones que no se encuentran en cada boca-calle, y de ahí que el criterio común o la platitud burguesa no alcanzan a comprender que pueda haber en los viajes y en las emigraciones goce alguno; sólo ven en la traslación de un punto a otro la interrupción de la vida diaria y rutinera, las incomodidades materiales; tienen que encontrarse con cosas desconocidas y eso los irrita, los incomoda, porque tienen el intelecto perezoso y acostumbrado ya a su trabajo mecánico y conocido.
Palabra del Dia
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