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sabes el resto de mi vida continuó . La obligación de obedecer á la doctora, de seducir á los hombres para arrancarles sus secretos, me hizo odiarlos con una agresividad mortal... Pero llegaste , ¡, que eres bueno y generoso, que me buscaste con una simplicidad entusiasta, lo mismo que un adolescente, haciéndome retroceder en mi existencia, como si aún estuviese en los diez y ocho años y me viera cortejada por primera vez!... Además, no eres egoísta.

Además, en su vida existía cierto acontecimiento, del que hablaremos más adelante, que le daba razón para odiarlos y temerlos. «¡Los señores! Unos puercos todos, sin vergüenza y sin religióndecía a sus amigas. Andrés, con su proceder comedido, le obligó a rectificar un tanto esta opinión. Pero aunque se mostrase más delicado que los otros, hay que confesarlo, era de la misma pasta.

Ella había acabado por odiarlos á todos, deseando su exterminio, exasperándose al pensar que los necesitaba para vivir y nunca podría libertarse de esta esclavitud. Para ser independiente, se había dedicado al teatro. He bailado, he cantado; pero mis éxitos fueron siempre femeniles. Los hombres venían detrás de , deseando á la hembra y riéndose de la artista.

Los obreros de las ciudades no iban á misa, ni se confesaban; vivían separados del cura, despreciándolo. ¿Por qué, pues, habían de temerle? Los jesuítas y los frailes sólo visitaban las casas de los ricos y no podían esperar los pobres que se introdujeran en sus miserables tugurios. ¿Por qué, pues, odiarlos?