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Respiraba como el fuelle de una fragua, y siempre tenía tos; pero una tos tan bronca y sofocante que, cuando le daba el acceso, se quedaba mi hombre cabeceando y todo encendido; creeríase que iba a reventar, y el ojo rotatorio se le echaba fuera, mientras el apagado se escondía en lo más hondo de la órbita.

Aquel sueño de redención y de paz había pasado, y su reciente recuerdo difundía en mi ser una calma inefable; ya mi aliento no salía ronco y fatigoso de mi pecho: la vida me era fácil: el sol que penetraba por las ventanas del jardín, tenía color de gloria: mis ojos veían luz: mi pecho respiraba aire: parecíame que el espacio era armónico, que todo me sonreía, que todo se asociaba a mi felicidad.

La pobre niña no podía felicitarse mucho del resultado final de su diplomacia. De tiempo en tiempo trataba de lanzar al triunfante señor de Bevallan miradas llenas de desdén y de amenaza; pero en esa atmósfera tempestuosa que hubiera inquietado seguramente á un novicio, el señor de Bevallan respiraba, circulaba y revoloteaba con la más perfecta facilidad.

Señorita... articuló el capellán, no menos alterado , no esté de pie, no esté de pie.... Siéntese en este banquito.... Hablemos con tranquilidad.... Ya conozco que tiene disgustos, señorita.... Se necesita paciencia, prudencia.... Cálmese.... Nucha se dejó caer en el banco. Respiraba fatigosamente, como persona en quien se cumplen mal las funciones pulmonares.

Respiraba con dificultad el aire puro, después de su permanencia en aquel antro saturado de polvo y estiércol. Volvió a ver Madrid ante él, con su enorme masa de gran ciudad, con torres en las que sonaban campanas y chimeneas enormes ennegrecidas de humo. Sentía asombro, inmensa extrañeza, por esta vida ruda y salvaje que le rodeaba, teniendo a la vista un gran núcleo de civilización.

¿Quién está ahí? gritó una voz, cuyo timbre grave y poderoso había creído oír a menudo, en mis desvelos como en mis sueños. Una sombra apareció en el umbral: era él. Nubes rojas flotaron delante de mis ojos. Me pareció que mis pies habían echado raíces en el suelo. Respiraba con dificultad y me apoyé en el pilar de la escalera.

Hazme el favor de sentarte, porque ya has crecido bastante, según creo... y déjate de sutilezas. Gonzalo se dejó caer en la butaca que la niña le señalaba, dominado por sus ojos brillantes y maliciosos. Desde que había entrado en aquel cuarto sentía un gozo íntimo, mitad corporal, mitad espiritual que le embargaba a la vez los sentidos y el alma. El perfume que respiraba se le subía a la cabeza.

Inclinado sobre mi álbum encerrábame con ella durante largas horas en su catedral, y respiraba allí por un momento los vagos perfumes de una ideal serenidad. Iba también á buscar casi todos los días en la casa de la anciana señorita, otro género de distracción. No hay trabajo al que el hábito deje de prestar algún encanto.

La vegetación poderosa, el aire puro de la montaña, el canto de multitud de pajarillos y la vista de los ondulantes prados que más allá de Salisbury se divisaban, eran espectáculo tan nuevo como interesante para Roger, que hasta entonces había vivido en la costa. Respiraba con delicia y sentía que la sangre corría con más fuerza por sus venas.

A la mañana siguiente toda Vetusta edificada se preparaba a acompañar el Viático que por la tarde debía ser administrado al señor Guimarán. Era Domingo de Ramos. No se respiraba por las calles del pueblo más que religión. ¡El papel Provisor sube! decía Foja furioso al oído de Glocester, a quien encontró en el atrio de la catedral, al salir de misa. ¡Esto es un complot!