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Las velas del altar estaban consumidas; las renovó, y colocó una almohada en el suelo para arrodillarse en ella, pues lo más molesto siempre era el dichoso hormigueo. Y empezó a subir con buen ánimo la cuesta arriba de la oración. A veces desmayaba, y su cuerpo juvenil, envuelto en las nieblas grises del sueño, apetecía la limpia cama.

Ella, la amada, la preferida de otros días, le parecía ahora vieja y marchita frente aquella espléndida rosa que acababa de abrirse por completo. Si no la había abandonado ya, era por debilidad de carácter, por el ascendiente poderoso que en siete años de relaciones había logrado adquirir sobre él. Pero no apetecía otra cosa.

La baronesa de Rag, una belga de pelo castaño y ojos claros, bastante gruesa, preguntaba a Osorio los nombres de los objetos que había sobre la mesa. Hacía poco tiempo que estaba en España y apetecía con ansiedad conocer el castellano. Clementina y el barón hablaban en francés.

Otras veces tomaba un cuchillo y le decía que iba a morir, le ordenaba que se bajase la camisa para degollarla mejor. Esto último no producía tanto efecto como pensaba. Josefina inconscientemente apetecía la muerte, que la libertaría de tanto martirio.

La mayoría de los colegiales, hijos de labradores y artesanos, cumplía con estos deberes sin gran esfuerzo, viendo en ello una manera de arribar pronto y sin dificultades al sacerdocio. El estudio les hubiera mortificado más. Para Gil, tal género de vida representaba un trabajo constante, una lucha consigo mismo. Su inteligencia vigorosa apetecía el estudio, su fantasía el movimiento.

»Al oírlo se estremeció Magdalena y palideció densamente. Miré al doctor, y viendo que tenía una mano de ella entre las suyas comprendí que aquella sensación no debía haber pasado para él inadvertida. »Al otro día debía Magdalena bajar al jardín para disfrutar allí, entre las flores, el aire y los aromas que con tanto afán apetecía en los días, anteriores.

Reducíala a comer los manjares que sabía no le gustaban y la privaba de los que apetecía. A medida que corrían los días su saña y crueldad iban en aumento. Luego no se fijó en esto: lo hacía cuando tropezaba con ella o cuando el cuerpo se lo pedía.

En Sarrió, al ver la persistencia del ingeniero en festejar a la primogénita de Belinchón, se creía que apetecía sólo con ansia la dote. Era un error. Flores se había llegado a enamorar de veras. Si Cecilia se quedase pobre repentinamente, lo mismo la haría su mujer. La conducta de ésta, también era adecuada para encender su ilusión.

Si la muchacha no se interesaba eficazmente en el asunto, nada podría lograrse; y si se le ocurría consultarlo con su novio, el fracaso era indudable. La base del plan habría de ser, forzosamente, malquistar a Paz con el hombre a quien amaba, eliminando de esta suerte una influencia contraria al logro que se apetecía.

Nuestra hija se curará, estoy segura. Me ha hecho pasar, no obstante, quince noches desagradables en esta ciudad de Corfú. No se decidía a dormir y tenía que mecerla como a un niño. Comía únicamente por darme gusto; nada le apetecía, y cuando no se come, se acaban las fuerzas. No le quedaba más que un soplo de vida presto a extinguirse a cada instante, pero yo no desesperaba nunca.