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Para no hacer ruido y para no dar qué decir, D. Joaquín pretendió con mucho disimulo, tentando antes el vado, que Rafaela fuese presentada a la emperatriz; pero la augusta señora no quiso recibirla, ya pensando en la vida que se decía que Rafaela había hecho en España y en Lisboa, ya recordando que en el gran teatro de Río la habían silbado cuando ella bailaba el vito o cantaba canciones del maestro Iradier, muy celebradas entonces.

Esta visita teníala por infalible, pues la santa era muy amiga de echar réspices y de enderezar a las que cometían pecados gordos. Tan segura estaba de verla, que siempre que sonaba la campanilla creía que era ella, y se preparaba a recibirla, arreglando la cama y poniéndose con la mayor decencia posible, trémula de emoción y esperanza. iii

Su miseria, al cabo, podía decorarse con un barniz de dignidad. Recibir un corto auxilio pecuniario como pasante de un colegio, o como escribiente de unos boteros de la calle de Segovia, para llevarles las cuentas y ponerles las cartas, era limosna ciertamente, pero tan bien disimulada, que no había desdoro en recibirla.

El P. Gil insistía en su idea de entrar primero en la casa y explorar el ánimo de D. Álvaro: tenía miedo a un escándalo. La dama se oponía con calor, convencida hasta la evidencia de que su marido se negaría en absoluto a recibirla, y tomaría precauciones para que no pisase el suelo de su casa.

Ya se disponía saltando a recibirla, cuando María, oyendo las razones lastimosas de Gerif, anudada de dolor la garganta, y ahogando el pecho con mil suspiros y angustias, vacila y se detiene, y olvidada de todo, resuelve volver al querido tío, abrazarlo y no desampararlo. Tales quejas le habrían quebrantado un pecho que tuviese de pedernal, no que el suyo tan lleno de agradecimiento y piedad.

Cuando la Venus de Médicis salió del cubil, vio que entre las personas que miraban por la ventana, estaba Jacinta, acompañada de su doncella. vii Había presenciado parte de la escena y estaba aterrada. «Ya le pasó lo peor dijo Nicanora saliendo a recibirla . Ataque muy fuerte... Pero no hace daño. ¡Pobre ángel! Se pone de esta conformidad cuando come». ¡Cosa más rara! expresó Jacinta entrando.

Llegó el Viático, y recibiólo el enfermo con muchas lágrimas y cierta especie de pavor afectuoso y humilde, que le hacía repetir de continuo: ¡A !... ¡A !... Entonces pidió la extremaunción, y dijéronle que ya la había recibido la víspera; mas él, con gran sencillez, quiso recibirla de nuevo. Si no me enteré decía . Que me la den otra vez; así iré más limpio.

Llegó un día en que no pudo abandonar la cama, y el nieto le vio entre sábanas, con el mismo aspecto de siempre, conservando la fina camisa de batista, la corbata, que el criado le cambiaba todos los días, y el chaleco de seda a flores. Cuando le anunciaban la visita de su nuera, don Horacio hacía un gesto de contrariedad. Jaimito: la levita... Es una señora, y hay que recibirla con decencia.

En vez de recibirla de través, maniobramos para cogerla de frente, o, por lo menos, en un ángulo lo más acentuado posible. Esta maniobra de defensa nos obligaba a inclinarnos y a perder el rumbo.

¡Está ahí! repitió un sordo murmullo. ¿Te negarás a recibirla? dijo con emoción la marquesa, adivinando los pensamientos de doña María. No... que venga aquí repuso la madre con energía . Veré a la que ha sido mi hija... ¿La encontró usted? ¿Estaba sola? Sola, señora exclamó llorando D. Paco . ¡Y en qué triste y lastimoso estado!