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Corrió Facia a avisarle y entramos los demás en el cuarto del enfermo, en los linderos ya de la agonía y con los ojos clavados en un crucifijo colocado por el Cura para eso a los pies de la cama. Vino el muchacho, y, con su ayuda, administró don Sabas la Extremaunción al moribundo.

El protagonista es un mal médico, semejante á aquél, de quien dice lo siguiente Tirso de Molina: Más almas tiene en el cielo Que un Calígula ó un Nerón; Donde pasa todos gritan: Allá va la Extremaunción.

Se perdió toda esperanza de salvarlo; recibió la Extremaunción; escribió en su lecho de muerte una carta ingeniosa al conde de Lemos, que precede al Persiles, y murió el 23 de abril de 1616, á los setenta y nueve años.

Había ya ella, durante el tiempo que estuvimos en Perrieres, y sin que yo lo supiese, pedido al señor cura que no la dejase morir sin darle todos los sacramentos; el buen sacerdote aprovechose entonces de lo que ella volvía a repetirle, y después de haberle hecho entender todas las virtudes que contiene el último sacramento, fuese a buscar lo necesario para el caso y le administró la Extremaunción que ella recibió con gran fe y angelical piedad; pidió que no se dijese una palabra a su marido, que afortunadamente se encontraba fuera en aquel momento.

Diógenes no se dio cuenta de haber recibido la extremaunción, y tranquilo en parte por la respuesta del fondista comenzaron a abrirse paso otros pensamientos entre las espesas nieblas que envolvían su mente... Mas un sopor pesadísimo, un letargo profundo, que tenía ya dejos de la muerte, avasallaba a veces todo su ser y esparcía acá y allá aquellas ideas que se afanaba por coordinar, apareciendo estas entonces como imperceptibles puntos luminosos flotando en una inmensa bruma, alejándose lentamente, apagándose poco a poco todos ellos hasta quedar uno solo, que ora se le presentaba desconsolador como la candela de la agonía, ora triste como el cirio que arde ante un muerto, ora terrible como un resplandor de las llamas del infierno: ¡era la idea de morir, acompañada y rodeada de la incertidumbre de lo eterno!...

Si es que esto puede causarte pena, no estoy tan enferma que lo crea indispensable, pero me parece a que el sacramento de la Extremaunción es una gracia que no debemos descuidar, y que yo desearía recibir

¡Es un ángel! contestó el párroco de Ville d'Avray. El señor de Avrigny alzó a su vez la cabeza y preguntó: ¿A qué hora se le administrará la extremaunción? A las cinco de la tarde. Magdalena quiere que a esta última ceremonia pueda asistir Antoñita. ¿Es decir, que mi hija sabe ya que va a morir?

El bautismo era un niño vestido de catecúmeno con su túnica blanca; el orden otro niño de sacerdote; la confirmación, un obispito; la extremaunción, un peregrino con bordón y esclavina llena de conchas; el matrimonio, un novio y una novia, y un Nazareno con cruz y corona de espinas, la penitencia.

Llegó el Viático, y recibiólo el enfermo con muchas lágrimas y cierta especie de pavor afectuoso y humilde, que le hacía repetir de continuo: ¡A !... ¡A !... Entonces pidió la extremaunción, y dijéronle que ya la había recibido la víspera; mas él, con gran sencillez, quiso recibirla de nuevo. Si no me enteré decía . Que me la den otra vez; así iré más limpio.

Ninguno al morir es obligado á tomar la extremaunción ni á pagar al sacristán los clamores del tañer, ni á los cofrades los derechos del llevar, ni á cura el enterramiento, ni á frailes la misa cantada, ni á pobres el llevar de la cera, ni á ganapanes el abrir de la huesa, ni aun á comadre el coser de la mortaja, porque el triste y mal aventurado que allí muere, apenas ha dado á Dios el ánima, cuando arrojan á los peces el cuerpo.