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Sofocada y risueña la muchacha echaba lumbres por ojos, boca y mejillas. ¿Perucho? ¿Peruchón? ¿Ritiña, Ritona? contestó don Pedro devorándola con el mirar. Dicen las chicas que vengas.... Estamos muy enfaenadas arreglando el desván, donde hay todos los trastos del tiempo del abuelo. Parece que se encuentran allí cosas fenomenales. Y yo ¿para qué os sirvo? Supongo que no me mandaréis barrer.

No dejáis por eso de ser cristiano y hermano mío. ¡Ah, señor! ¡qué bondadoso sois! No tal; pero dejáos de señorías y llamadme padre. Pues bien, padre Aliaga, ya que me dais valor, voy á deciros... me atrevo á deciros... Montiño se detuvo. Fray Luis siguió arreglando sus tizones. Pues... me atrevo á deciros, aunque os parezca impertinencia, que vengo á confesarme con vos.

Hasta a don Lucas, un solterón bondadoso y tranquilo, recordó Peñálvez que lo intimidaba muchas veces, disponiendo y arreglando a su gusto las cuestiones caseras... Comprendiendo Peñálvez que su salvación dependía de la Pepa, esperó conmoverla y propiciársela... Al efecto, tomó la actitud más triste, dejando correr las lágrimas del miedo.

No tengo ahora la cabeza para cuentas, pero creo que arreglando tus negocios todavía salvaré algún piquillo de tu embrollada fortuna, y con esto y lo que yo os daré podréis vivir como viven esas personas honradas y modestas a las que llamáis cursis despreciativamente.... Seréis cursis, ¿lo entendéis?

¡De tal modo era intensa la esplendorosa irradiación de la «Pampita»...! Parece que está pesado el camino dijo Lorenzo. Este pedazo está feo le contestó Baldomero, antes sabía haber un pantano aquí; pero don Casiano lo está arreglando.

Este mismo mayordomo debería comprar y pagar el hilo que las indias hilasen y quisiesen vender, arreglando los precios según sus calidades, que en mi inteligencia debía pagárseles a 3 reales la libra de pabilo, a 4 la de hilo para lienzo grueso, a 7 el de mediano, a 12 el de fino y a 16 el superfino, y venderlos en la pulpería a medio real la libra de algodón en rama, o a 10 reales la arroba, en el supuesto de que se les compraría a 8 reales la arroba del que quisiesen vender de sus cosechas.

La noche del entierro de su padre, el abate Constantín lo llevó consigo al presbiterio. El día había sido lluvioso y frío. Juan se hallaba sentado junto al fuego; el sacerdote leía su breviario; la vieja Paulina iba y venía arreglando todo. Una hora pasaron sin pronunciar una palabra, cuando Juan, de repente, levantando la cabeza dijo: Padrino, ¿mi padre me ha dejado algún dinero?

Aquí un candelabro; allá un ramo de flores; subir un poco más esa lámpara; poner derecha la corona a esa Virgen... En lo interior del convento también reinaba agitación. Un grupo de monjas contemplaba, desde la puerta de una celda, cómo otra compañera daba la última mano al pobre lecho que estaba arreglando, después de haber colgado el crucifijo reglamentario sobre la cabecera.

Antes de empujar la puerta, que hacía mucho ruido, se le ocurrió ver lo que hacía Luisa en aquel momento. Acercose, pues, a la ventana y miró hacia dentro de la habitación: Luisa se hallaba de pie, junto a las cortinas de la alcoba; parecía muy animada, arreglando, doblando y desdoblando varios vestidos extendidos sobre la cama.

Póngalos usté de pies a cabeza como un sol de mayo en cuanto se tiran de la cama todos los días, para verlos como usté los ve a la media hora... y si no hay escuela como hoy, por ser jueves, cosa es de no poder mirarlos ni aguantarlos. ¡Señor y Padre celeste, qué criaturas!... Pero estén ellas en buena salud, que es lo que importa, y lo demás ya se irá arreglando con el tiempo. ¿No es verdad?... Vaya, ahora venga acá y arrímese a la mesa... y perdone la miseriuca por la buena voluntad conque se la ofrezco a falta de cosa mejor