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La mueca que entonces hizo fue más expresiva, ejecutando visibles esfuerzos para enfadarse. ¡Vamos, D. Andrés, déjeme usted!... ¡déjeme usted! Y viendo que el joven se acercaba a cogerla: ¡Déjeme usted, caramba!... ¡Qué pesadez!... ¡No quiero bromas con usted! ¿Y por qué no quieres bromas conmigo, Rosa? repuso él, avanzando en actitud humilde. Porque no... Márchese usted. ¿Me despides? .

En vez de recibirla de través, maniobramos para cogerla de frente, o, por lo menos, en un ángulo lo más acentuado posible. Esta maniobra de defensa nos obligaba a inclinarnos y a perder el rumbo.

Gonzalo alargó la mano por entre las rejas, y la retuvo por el vestido. Espera. La tela crujió. Ya me has roto el vestido, ¿lo ves? Si no te disparases tan pronto... Y logrando cogerla por un brazo, la obligó a sentarse. ¡Qué barbaridad! exclamó la niña riendo. Así deben hacerse el amor los osos. ¿Me quieres? preguntó Gonzalo riendo también. No. . No. Dame la mano de amigo.

Si percibía entre las zarzas alguna madreselva, aunque se arañase las manos, ya estaba saltando á cogerla para ofrecérsela. Otras veces procuraba quedarse atrás para contemplarla á sabor. La condesa sentía sobre su espalda la mirada amorosa del joven, y sonreía. Caminaban por la margen del río, cuyo declive hasta entonces había sido bastante suave.

He comido muy bien. De postre no te pongo más que fruta. que te gusta mucho. , porque esto es la verdad. No se ve aquí mano del hombre... más que para cogerla. ELECTRA. Es la obra de Dios. ¡Hermosa, espléndida, sin ningún artificio!

Al quedar en la obscuridad anduvo algunos pasos con las manos avanzadas, olvidado completamente de los planes de ataque que había concebido momentos antes en su acelerado pensamiento. La cólera trastornaba sus ideas. La ceguedad repentina de su espíritu sólo tuvo una idea, igual al último destello de una luz que se aleja. Tocaba ya la escopeta con sus manos palpantes, cuando desistió de cogerla.

Cuando iban cerca de tierra y pasaban rozando por encima de zarzales y plantas espinosas, creeríase que todas las púas se erizaban como garras para cogerla, y al volar por encima de un charco, los gansos de la orilla volvían de medio lado la cabeza mirándola, y con la esperanza de verla caer, corrían graznando tras ellaSúbeme, amiguito-gritaba-, para no oír a estos bárbaros».

Es decir, eso de extraño.... Extraño no, pues vivía unido espiritualmente a la familia por el respeto, por la adhesión, por la costumbre. Sobre todo, la niña, la niña. El acordarse de la niña le dejó como embobado. No podía explicarse a mismo el gran sacudimiento interior que le causaba pensar que no volvería a cogerla en brazos. ¡Mire usted que estaba encariñado con la tal muñeca!

La dama desconocida, de espalda a la calle, ahora, inclinando la cabeza hacia el interlocutor invisible, hablaba tranquilamente y se defendía como por máquina, con leves manotadas felinas, de unas manos que de vez en cuando intentaban cogerla por los hombros. «¡Están a obscuras! no hay luz en esa habitación... ¡qué escándalo!», pensó don Fermín, que seguía inmóvil.

La beata, clavándole una angustiosa mirada de terror, retrocedió un paso. El sacerdote llegó a cogerla por un brazo, y suave, pero firmemente, la llevó en silencio hasta la puerta, la puso fuera del gabinete y cerró de nuevo. Obdulia tropezó con un bulto. Era Josefa, que le soltó una carcajada en la cara. ¡Parece que no la reciben a usted bajo palio, señorita! No contestó.