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Maltrana, influido por el miedo, creyó ver un horrible monstruo, un digno engendro de la selva encantada; algo semejante al dragón de leyenda que había surgido en su memoria al dar los primeros pasos. El terror le hizo ponerse de pie con nervioso salto. Un bufido diabólico estremeció los matorrales. Desaparecieron las cruces, y crujió la maleza al romperse ante una carrera loca.

Después pegó á ella su otra mano, y, apoyándose en este sostén, fué elevando todo su cuerpo. Tan grande resultaba la violencia del esfuerzo, que la madera crujió, esparciendo un sonido de rotura á través del ambiente líquido y pegajoso. Poco á poco sacó la cabeza fuera del agua y vió que había cerrado la noche.

Escuchaba, tratando de entender mejor lo que sólo confusamente percibía, y como al hacerlo cargase sobre el barandal de la escalera, éste crujió levemente, y la bruja alzó su horrible carátula.

Después el fuego se comunicó de la estopa a los cabellos, de los cabellos a las plumas, y el acróbata improvisado, el desgraciado Grano de Sal, absorbió tanto calórico, que su piel se resquebrajó y crujió bajo su ardiente envoltura. Al principio todos reían, hasta derramar lágrimas, a bordo del Gavilán.

Observó que los clavos de la puerta figuraban cabezas de leones. Llamó de nuevo. El exceso de emoción le embriagaba. Por fin, el cerrojo crujió levemente y el postigo entreabriose; doña Alvarez asomó la cabeza, y después de haberle observado un instante, le dijo en voz baja: ¡Albricias, señor don Gonzalo!

No te abandonaremos nunca manifestó el joven henchido de deseos de protección . ¿Sabes lo que te digo?... Para que lo sepas, chica, para que lo sepas, ten entendido que cuando yo me case... cuando yo me case, te llevaré conmigo para que seas la doncella de mi señora. Al soltar la carcajada se tendió Papitos para atrás con tanta fuerza, que el respaldo de la silla crujió como si se rompiera.

El pestillo crujió de nuevo mientras tanto; indudable era que el vecino lo echaba o descorría, y como natural era suponerlo echado, podía muy bien sospecharse que intentaban abrirlo. La puerta, charolada con gran primor, no presentaba agujero ni resquicio alguno que permitiera la vista.

Diógenes lanzó tal sollozo, que pareció romperse su pecho, como si le estallara el corazón dentro; crujió la cama a los violentos impulsos de su cuerpo, y agitando los brazos en alto, balbuceaba con la lengua cada vez más torpe: ¡Quiero!... ¡Quiero!... ¡Quiero confesar!... ¡María..., María!... ¿Oyes lo que dice la niña?... ¡Quiero confesar!... ¿Pero con quién..., con quién?... ¿Quién me confiesa a , Dios mío?... ¿Dónde hay espuerta tan sucia que reciba mis pecados?... ¡Soy un infame, un perverso!... ¡Me pesa, Dios mío, me pesa!...

Pero en este momento el pestillo crujió, abriose despacio la puerta, y una voz dijo: Entren a cubierto de la lluvia. La voz no era la del viejo ni la de su mujer. Era una voz infantil, cuyo débil timbre quebrantaba aquella ronquera antinatural, que sólo pueden dar la vagancia y el abuso prematuro del alcohol.

Subieron por ella ayudándose con pies y manos hasta ponerse en lo más alto, y se dejaron caer exánimes de fatiga sobre el rústico diván, que crujió y se hundió suavemente bajo su peso. Andrés apartó las yerbas que le cubrían la cara y miró por la ventana. Rosa hizo lo mismo. Esperaron.