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Ahora... ahora, clavando las uñas en la franela roja del barandal, sentía que el corazón se le inundaba de hiel y veneno: nada, estaba visto que era tonta; ¿por qué no echó la carta en el correo? Pero no; esa miserable y artera venganza no la satisfacía; cara a cara, sin miedo ni engaño, con la misma generosidad de los personajes del drama, debía ella pedir cuenta de sus agravios.

Apeóse del coche y entró en el zaguán, creyendo encontrar allí alguna religiosa o algún portero a quien preguntar por la marquesa de Villasis o por el padre Cifuentes; mas sólo vio delante una empinada escalera dividida por en medio con un barandal de hierro que hacía veces de pasamanos.

El primogénito recoge el cuerpo, doblado sobre el barandal de la tribuna, y sonríe desvanecido, pasándose una mano por los ojos. Es verdad, estoy borracho sin haber bebido... ¡Ojalá estuviese borracho!... No olvides que las despabiladeras también son de plata. DON FARRUQUI

Pues repito que un joven destinado a ocupar tan alta posición en el mundo debe saber algo más que el romance del Barandal del cielo. Verdad es que, o mucho me equivoco, o todo eso de los mayorazgos se lo llevará la trampa, y tarde o temprano se pondrán las cosas de manera que cada cual sea hijo de sus obras. Así debe ser añadió Marijuán . ¿No somos todos hijos de Dios?

El crucero y coro quedaron muy quebrantados: la torre sufrió tales vaivenes, que despues de haberse desplomado de ella una gran cornisa, un barandal de piedra y diferentes piezas de su adorno, se abrió por los cuatro frentes de su segundo cuerpo y destejió todas las claves de sus arcos, claraboyas y ventanas.

Y sin esperar a que le rogasen, el mayorazguito de Rumblar, con sonsonete de escuela, voz agridulce y afeminados gestos, dió principio a la siguiente retahila: Por el barandal del cielo se pasea una doncella blanca, rubia y encarnada, que alumbra como una estrella, San Juan le dice a Jesús: «¿Quién es aquella doncella?» «Nuestra Madre, buen San Juan, nuestra Madre linda y bella»; la Virgen no viene sola: ángeles vienen con ella; no viene vestida de oro, ni de plata, ni de seda: viene vestida de grana.... ..........................

Asomáronse las madres al barandal del corredor que sobre el patio caía, y vieron aparecer a Mauricia, descalza, las melenas sueltas, la mirada ardiente y extraviada, y todas las apariencias, en fin, de una loca. La Superiora, que era mujer de genio fuerte, no se pudo contener y desde arriba gritó: «Trasto... infame, si no te estás quieta, verás».

Con la mayor cautela, tomé un grueso bastón que solía acompañarme en mis viajes, y conteniendo la respiración y avanzando unos pasos, le asesté tremendo golpe sobre el ala izquierda, que sonó seco y lastimero contra el barandal de hierro. Cayó el pájaro a la calle y yo, por lo pronto, no me atreví a asomarme, temiendo que algún transeunte fuese testigo de mi acción nefanda.

La pobrecilla, para entretener sus fastidios villaverdinos, repasaba el repertorio en boga. No me detuve a escucharla. Me pareció que cometía yo una infidelidad. La plaza estaba casi a obscuras. Ardían los cinco faroles, pero con luz tan débil y escatimada, que apenas dejaban ver los árboles, la fuente y el barandal.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo; me sentí culpable y avergonzado, como debió sentirse el viejo marinero del poema cuando dió muerte al albatros con su ballesta. Por fin me asomé. Ni el pájaro yacía en la casi desierta calle ni advertí trazas de sangre en el barandal de la ventana. A poco tuve todo aquello por una alucinación y quedé desconcertado. ¿Sería un preludio de locura?