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Y en cuanto a la plata, no se necesitan millones para ser feliz. Tenía la seguridad absoluta de que yo le aceptaría encantada. Y por eso me hablaba con un descaro frío, sin esa emoción que en tales trances produce la duda. Sus galanterías, exentas de espiritualidad, me produjeron un efecto deplorable. Bailábamos un vals, y me pareció que iba enlazada a un muñeco que le habían dado cuerda.

En medio de aquella silenciosa semiobscuridad sentí caer sobre mis hombros un frío helado, sepulcral. El suave perfume del incienso parecía aumentar, con ese ambiente de increíble magnificencia, de melancólica soledad encantada, de opulencia extrañamente desproporcionada con la pobreza y suciedad que reinaba en la plaza exterior.

A donde quiera que mira una, no ve más que pecados, y pecados cada vez más gordos, porque la humanidad parece que se vuelve de día en día más descarada y menos temerosa de Dios... ¡Quién había de decir que esa muchacha, esa Aurorita, que parecía tan buena, tan lista...! No, como lista, ya lo es; aunque la otra lo ha sido más... ¿Y qué dice Bárbara?, estaba encantada con ella, y todos los días iba al obrador a verla trabajar... Pero cállate, que aquí viene tu señora suegra...

Después desto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con llave ni sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta ni tajo ni banco ni mesa ni aun tal arcaz como el de marras. Finalmente, ella parecía casa encantada. Estando así díjome: ", mozo, ¿has comido?"

Púsose el niño muy encarnado, y movió negativamente la cabeza. ¡Pues es verdad! exclamó Currita encantada . , , ahora mismo... ¡Verás qué bonito!... ¡A ver, Germán!... Avise usted al señor marqués que vamos a subir a la cabaña a que nos haga un retrato...

Para él España es lo mejor que hay en el mundo, en cualquier sentido y al oir á un Español decantar los primores de su pais, se siente uno tentado á creer que es una tierra encantada de las mil y una noches, ó a reírse en las barbas de los buenos peninsulares, en cuyo caso la pendencia es segura. Durante algunos dias el océano se habia calmado, y su admirable inmovilidad carecía de interés.

Pero la zarpita blanca y sonrosada, en vez de achicarse bajo la presión involuntaria y brutal, que habría hecho lanzar a otra un grito de dolor, se crispó con vigoroso esfuerzo, librándose fácilmente de este encierro: Le agradezco mucho que haya venido. Encantada de conocerle.

Salud! ah que es hermoso caer por darte vuelo, Morir por darte vida, morir bajo tu cielo, Y en tu encantada tierra la eternidad dormir. Si sobre mi sepulcro vieres brotar un dia Entre la espesa yerba sencilla, humilde flor, Acércala a tus labios y besa al alma mía, Y sienta yo en mi frente bajo la tumba fría De tu ternura el soplo, de tu hálito el calor.

Blanca, encantada, palmoteaba y no conocía a la señorita; la condesa misma estaba conquistada por aquel aumento de juventud y de gracia. La de Raynal tomaba una gran parte en el triunfo de su hija y se sentía halagada en su vanidad maternal, sin el menor pensamiento de alarma.

Y la duquesa aquel día real y verdaderamente despachó a un paje suyo, que había hecho en la selva la figura encantada de Dulcinea, a Teresa Panza, con la carta de su marido Sancho Panza, y con el lío de ropa que había dejado para que se le enviase, encargándole le trujese buena relación de todo lo que con ella pasase.