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Si quisiera discutir, respondió Tragomer, lo haría acaso con más facilidad de lo que usted cree. Pero ¿para qué? No haríamos más que cambiar vanas palabras. Aunque yo le adujese argumentos aceptables, usted no los aceptaría. Lo que hace falta es traer la prueba de que Lea Peralli existe. Lo importante es anunciar á Jacobo que la que creía muerta está viva. Porque observe usted que él la cree muerta bajo la fe de vuestras afirmaciones. El procesado no dudó de vuestras pruebas. Le enseñaron una mujer desfigurada que tenía la estatura, el pelo, los vestidos y las sortijas de Lea Peralli, y aterrado por la angustia, cegado por el dolor, dirigió apenas una mirada de espanto á la víctima extendida en la horrible losa del depósito de cadáveres. Volvió la cabeza y asintió á todo lo que se le afirmaba. ¿Cómo podía negar la evidencia? Lea, asesinada en su casa, ¿podía ser otra que Lea?

Si yo estuviese paralítico, si suplicase á un transeunte que me cogiera un cigarro que se me hubiese caido al suelo, y el transeunte me diera dos cigarros suyos, yo no aceptaria de ningun modo su presente, y le llamaria orgulloso, presumido, insensato tal vez.

He hecho mal, lo confieso dijo no sin nobleza; he pronunciado palabras inconvenientes, falta imperdonable en un viejo diplomático, y pido a usted que me dispense, señorita, dándole gracias por la lección... que no aceptaría de nadie más añadió con altanería. Quedaba terminado el incidente; pero no por eso dejó de reinar cierto malestar hasta que se marcharon los convidados.

Se dice que son muy malos, y yo lo creo... Pero el marquesillo me gusta tanto... Es lo que ambiciono para marido; y él me jura que lo será... ¡Jesús, qué cosa tan buena! ¡Qué hermosa figura, qué modales, qué manera de vestir tan suya...! Pero yo me pregunto una cosa: ¿dirá que me quiere porque sabe que voy a ser riquísima?... Mucho cuidado, mujer; no te fíes, no te fíes... Por de pronto le agradezco sus invenciones delicadas para ofrecerme dinero y obligarme a aceptarlo... Por nada del mundo lo aceptaría... ¡Humillarme yo!... Antes morir... ¡Las cinco, Virgen del Carmen, y yo despierta!

Si me metieran entre ello, lo aceptaría sin grandes repugnancias; pero puesta a elegir, me quedo con lo otro, que me gusta más ahora, y sin temor de que me engañe el pensamiento, porque bien sabes que siempre fui muy inclinada hacia ese lado. Y no hay más.

Y en cuanto a la plata, no se necesitan millones para ser feliz. Tenía la seguridad absoluta de que yo le aceptaría encantada. Y por eso me hablaba con un descaro frío, sin esa emoción que en tales trances produce la duda. Sus galanterías, exentas de espiritualidad, me produjeron un efecto deplorable. Bailábamos un vals, y me pareció que iba enlazada a un muñeco que le habían dado cuerda.

No diga usted eso, mi querido señor... yo sería muy desgraciado. ¡Cómo! ¿no comprende usted mi satisfacción de retribuir en tan ínfimas proporciones, todo el bien que usted me ha hecho? Si Jaime fuera el autor de la propuesta que yo hago, ¿no la aceptaría usted? Confiese que , que la habría aceptado.

Te aceptaría como un camarada de dolor, y como no me eres indiferente, tal vez acabase por ceder á lo que deseas. Y eso sería horrible, más horrible aún que lo otro; uno de esos atentados que cometen contra las leyes naturales los que están enloquecidos por la pasión... No me busques; no quiero verte. Tengo la certeza de que he matado á mi hijo.

Ahora va a tratar de confinarla en un convento hasta que se case, si es que no toma allí el velo. Por muy escéptico que sea, estoy seguro de que aceptaría con gusto esa solución, la más cómoda y la más secreta de todas. Sirviéronnos el almuerzo en una mesita volante, al lado del sillón del enfermo, y aquello pareció una comidita de niños.

La noción de que Dios quería ser propiciado por la muerte del inocente Cristo es totalmente baja y bárbara natural en las edades rudas, cuando los sacrificios costosos eran un medio reconocido de apaciguar deidades irritadas, pero repelente ahora. Difícilmente el hombre más depravado, en su recto entendimiento, aceptaría el castigo de un inocente en lugar del que le hubiera ofendido.