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Las palabras del viejo, severas, irritadas, sonaron de nuevo en sus oídos. «Al hombre que falta a su palabra no puede ayudarle Dios... El viaje es largo. La mar ancha y brava. Lo que ahora es bonanza, en un instante se convierte en marejada de leva.» «¡Qué razón tenía tíopensó, sin apartar la vista del mar.

Los bandos en que se dividieron, y que tomaron por nombre á las parroquias de Santo Tomé y San Benito, donde las irritadas familias enemigas tenían sus casas solariegas, duraron cuarenta años, sembrando la desolación y el espanto en la ciudad y enrojeciendo muchas veces de sangre sus calles.

Aquel trabajo febril me ocupó hasta hora muy avanzada de la noche. Por fin pareciome que había terminado una tarea ineludible; todas las fibras irritadas se relajaron, y ya al amanecer, cuando despertaban los pajarillos, me dormí presa de la más deliciosa languidez. Al otro día Oliverio me habló de mi encuentro con sus primas, de mi turbación, de mi huida. Haces misterio me dijo, y te equivocas.

No se le creía absolutamente cuando afirmaba que no conocía hechizos, y que no podía hacer curas, y toda persona, hombre o mujer, que tenía un ataque o le ocurría un accidente después de haberse dirigido a él, atribuía aquella desgracia a las miradas irritadas de maese Marner.

No tardó en aparecer otra madre furiosa, que más que mujer parecía una loba, y la emprendió con otro de los mandingas a bofetada sucia, sin miedo a mancharse ella también. «Canallas, cafres, ¡cómo se han puesto!». Y al punto fueron saliendo más madres irritadas. ¡La que se armó!

Las mujeres, más irritadas que los hombres de aquella falta de galantería, echaron mano igualmente á sus mantones y se disputaron el placer de limpiar también con ellos la mesa. Había llegado la hora del vértigo. Soledad puso el pie en una silla y de un brinco se plantó sobre la mesa, inaugurando el baile con un fuerte taconeo que electrizó á la reunión.

A nuestra izquierda, es decir sobre la márgen derecha del rio, se destacaba sobre un collado de base rocallosa la masa caprichosa y desordenada de la pequeña villa de Neuhausen, que vive ensordecida por el estruendo de las ondas irritadas, y cuyos edificios se avanzan en parte sobre las rocas del raudal, ó trepan hácia la colina, ó se pierden de vista en el fondo del valle superior, á la sombra de algunos grupos é hileras de álamos blancos.

Pero el jefe político de la provincia pensó que era ya hora de oficiar de Neptuno y componer las olas irritadas. Cuando la cencerrada se hallaba en su período álgido, envió a Altavilla a

Don Mariano sintió que un torrente de palabras irritadas y coléricas se le agolpaban a la garganta, pero no pudo darle salida. Lo único que hizo fue echarle el impermeable encima a su hija, dejando escapar una especie de gruñido de elocuencia conmovedora. Cesó de llover al fin.

Nadie lo quería alquilar, porque tenía fama de estar habitado por brujas, y los alcobendanos decían que allí se aparecían de noche las irritadas sombras de los Cantarranas difuntos. El coto no tenía más que catorce árboles, y esos malos.